Los Pobres y los Padres

Autor: José Juan García

INDICE

1. Introducción

2. Antecedentes

3. Padres Apologistas del siglo II

4. El Pastor de Hermas

5. El recto uso de los bienes

6. Reflexiones Finales

7. Bibliografía y Notas

 

1. Introducción

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“Como quisiera una Iglesia pobre y para los pobres”. Al comenzar su pontificado en marzo de 2013, afirmaba Francisco lo que sería una opción privilegiada para su tarea pastoral Incluso el mismo nombre “Francisco” simboliza el programa de una iglesia pobre para los pobres. Esta visión la ha reiterado en varias ocasiones. Así por ejemplo en Evangelium Gaudium nros 53-60. De ahí su insistencia en ir a las periferias, geográficas y existenciales. La Iglesia, pues, cada vez más crece como constituida por los que “tienen conciencia de ser pobres”.  Y ello no sólo por el hecho de que muchos son sociológicamente pobres, débiles y marginados. Son los que continúan la tradición de los antiguos anawim, los “pobres de Yahveh”, es decir, aquellos a quienes la propia indigencia lleva a poner toda su esperanza en el Señor. No es que se excluya a los ricos, en modo alguno: el mismo Señor no había excluido a Nicodemo o a José de Arimatea. Pero son raros los ricos que están en la disposición de aceptar el Reino en las condiciones en que se ofrece. Pablo lo presentará como una prueba del triunfo de la gracia de Dios: “Dios eligió lo débil del mundo, para confundir a los fuertes” (1 Cor 1, 26 ss).

Podremos ver en estas páginas el impacto en la homilía y la práctica pastoral del papa Francisco, de las fecundas páginas de la Patrística.

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2. Antecedentes

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En el siglo II, con deseos de denostar al cristianismo como cosa menor, el pagano Celso, reprochará a Jesús el que “cuando vivía no fue capaz de ganar más que a una decena de pescadores y recaudadores de impuestos, gente de la más abominable”, añadiendo que los cristianos rechazan a «las personas educadas, instruidas y dotadas de sensibilidad», mientras que hallan sus adeptos entre «los necios, los indignos, los tontos, esclavos, mujeres y niños. En sus reuniones sólo se ven “tejedores, zapateros, lavanderos, gente sin letras y tipos rústicos, que no serían capaces de decir ni una palabra delante de sus mayores y amos educados”1.

En su intencionalidad hostil al creciente cristianismo, Celso carga las tintas: en su tiempo ya había cristianos de familias senatoriales y con cargos de importancia en la misma corte imperial; pero su argumentación seguía teniendo fuerza, porque seguía siendo verdad que la Iglesia era el lugar donde connaturalmente se encontraban los más desheredados.

Ya Jesús había dado como señal de la autenticidad divina de su misión que «llega a los pobres un anuncio gozoso» (Mt 11, 5). Los cristianos seguirán presentando su solidaridad con los pobres y necesitados como prueba de la veracidad de su fe.

En las comunidades primitivas, dado el fuego de Pentecostés, parece innegable es que, sin abolir toda propiedad privada, los cristianos ponían efectivamente y de una manera habitual sus bienes al servicio de los más necesitados, llegando en determinados casos a ceder la misma propiedad de sus posesiones. El texto de Hech 2, 45 es explícito: “vivían unidos y tenían todo en común: vendían sus posesiones y sus bienes y repartían el precio entre todos según la necesidad de cada uno”, podría ser interpretado a la luz de Hch 4, 32: “No tenían sino un corazón y una sola alma: nadie llamaba suyos a sus bienes, sino que todo lo tenían en común”.

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3. Padres Apologistas del siglo II

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El autor de los Hechos no habría podido escribir tales cosas sin una base de efectiva comunión y solidaridad, que podía presentarse como algo nuevo e inaudito, como un signo particular de la novedad cristiana. Lo más interesante es que este modo de argumentar persistirá en la apologética cristiana por lo menos hasta el siglo III y hasta más adelante. Casi todas las apologías repiten el argumento: los cristianos son dignos de crédito porque entre ellos se da una solidaridad que no se da en ninguna otra parte.

Los que amábamos por encima de todo el dinero y la acumulación de bienes, ahora ponemos en común aun lo que es nuestro, y damos parte a todo el que está necesitado... Justino, Apol I, 14, 2.

El autor de la Carta Diogneto dice, más concisamente: ponen mesa común, pero no lecho (5, 7) Tertuliano expresa lo mismo con su acostumbrado vigor:

Los que compartimos nuestras mentes y nuestras vidas, no vacilamos en comunicar todas las cosas. Todas las cosas son comunes entre nosotros, excepto las mujeres: en esta sola cosa, en que los demás practican tal consorcio, nosotros renunciamos a todo consorcio. Apologético, 39.

Podría sospecharse que en los pasajes apologéticos citados haya una cierta idealización: no todos los cristianos eran siempre tan generosos o solidarios como debieran, pero la excepción confirma la regla: el caso de Ananías y Safira no impide que el autor de los Hechos proclame la solidaridad de la primitiva comunidad; o los abusos que Pablo condena en Corinto (1 Cor 11) son el contrapunto de una exigencia que se consideraba esencial. Un texto de un enemigo del cristianismo, el emperador Juliano el Apóstata, viene a confirmar el valor de la solidaridad cristiana:

Vemos que lo que más ha contribuido a desarrollar ese ateísmo (= el cristianismo) es su humanidad para con los extranjeros, su acogida para con toda clase de seres humanos... He aquí algo de lo cual debemos preocuparnos, sin rebozo alguno. Pues cuando los impíos galileos, además de a sus propios mendigos, alimentan también a los nuestros, sería vergonzoso que se pusiese en evidencia que nuestros miserables carecen de aquellos socorros que nosotros les debemos (cf. Sozomeno, Hist. Ecl. 5, 15).

Esta había sido una de las constantes del cristianismo, que se remonta a la colecta organizada por las cristiandades paulinas en favor de los cristianos más pobres del judeocristianismo. No deja de ser digno de notarse que en la primera confrontación dentro del cristianismo, el llamado Concilio de Jerusalén, se llegara precisamente a lo que hoy llamaríamos una cierta admisión de pluralismo ideológico, compensado en contrapartida por una decidida resolución unánime en favor del socorro mutuo. La unidad había de manifestarse ante todo en la solidaridad concreta entre las Iglesias: «Sólo nos impusieron que nosotros debíamos tener presentes a los pobres», dice Pablo con satisfacción (Gal 2, 10)

En la Didajé 4, S: encontramos este texto: «No rechazarás al necesitado, sino que comunicarás en todo con tu hermano, y de nada dirás que es tuyo propio. Pues si os comunicáis en los bienes inmortales ¿cuánto más en los mortales?» Y también en 1, 5: «Da a todo el que te pide, y no lo rechaces: porque a todos quiere el Padre que se dé de sus dones»

La célebre Carta de Bernabé, l9, 8 nos dice: «Comunicarás en todas las cosas con tu prójimo, y no dirás que las cosas son tuyas propias, pues si en lo imperecedero sois partícipes ¿cuánto más en lo perecedero?»

Y así podríamos continuar citando textos. Había también, en modo ejemplar, ya en época de Jesús quienes practicaban en comunidad la vida ascética, y en la que la comunicación de bienes y la renuncia a la propiedad de los mismos – en todo o al menos en parte – era condición del mismo tipo de vida, como sucede hoy en la vida monacal o religiosa. Los esenios, por ejemplo, formaban una comunidad de este tipo: los documentos de Qumram atestiguan esta forma de vida comunitaria con renuncia a la propiedad de los bienes.

Esta experiencia, presente en el judaísmo, se halla atestiguado en la literatura sapiencial: Eccl 4, 5, «No apartes tu rostro del pobre, ni alejes tus ojos del mendigo». Tob 4, 8: «No vuelvas la cara ante ningún pobre». Prov. 3, 27: «No te niegues a hacer bien al necesitado». Estas prescripciones no miran sólo a la comunicación con los miembros de la propia secta o comunidad, sino que tienen un alcance más general de solidaridad con todo necesitado.  En la Carta de Bernabé esto se ha hecho explícito en el mismo texto: porque mientras que los otros documentos hablan todavía de compartir con el hermano –es decir, con el miembro de la propia secta o comunidad–, en Bernabé se habla ya de compartir con el prójimo.

Hubo, por tanto, en el cristianismo desde sus comienzos una muy viva conciencia de la necesidad de solidaridad con los más pobres y necesitados, expresada con el concepto de koinonía o comunicación de bienes. El modelo más inmediato de esta comunicación parece haber sido el de los grupos o sectas de vida ascética en común, como los esenios. Sin embargo, la comunidad cristiana no se estructuró como una comunidad total estricta de mesa y techo, sino como una comunidad en la que sus miembros, manteniendo su autonomía de vida, practicaban una real solidaridad con los más pobres.

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4. El Pastor de Hermas

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Presenta curiosas indicaciones acerca de las relaciones entre pobres y ricos, las cuales, al menos en parte, proceden de la experiencia personal del propio Hermas.

Al comienzo de la obra, Hermas se presenta como un antiguo esclavo, luego manumitido. Más adelante se revela a Hermas en una visión que la causa de haberse arruinado en sus negocios temporales es una excesiva complacencia o condescendencia para con sus hijos (3, 3). En la tercera de sus visiones contempla a la Iglesia como una torre que está siendo construida con distintas piedras. Las piedras redondas son rechazadas como ineptas. Preguntando por el simbolismo de estas piedras, recibe esta respuesta:

“Estos son los que, aunque tienen fe, poseen riqueza de este siglo. Cuando sobreviene una tribulación, por amor de su riqueza y de sus negocios, no tienen reparo en renegar de su Señor... Estos serán útiles cuando se recorte de ellos la riqueza que los arrastra: entonces serán útiles para Dios”.

Hay en este pasaje un elemento autobiográfico que explica, al menos en parte, la actitud de Hermas para con la riqueza: él sentía que mientras tuvo fortuna había sido inútil para Dios. La pobreza, en cambio, había sido para él ocasión de darse más plenamente a Dios.

La segunda parte de la obra consiste en una serie de «Mandamientos». El amor al prójimo y la solidaridad con el necesitado aún no poseen el lugar preponderante que parece debieran tener según el evangelio. Es la actitud que se refleja en el «Mandamiento VIII», que quiere ser como una pequeña suma moral:

Escucha las obras del bien que tienes que practicar”. Lo primero de todo, fe, temor de Dios, caridad concordia, palabras de justicia, verdad, paciencia… Nada hoy en la vida de los seres humanos mejor que estas virtudes... Escarcha ahora lo que a éstas sigue: servir a las viudas, socorrer a los huérfanos y necesitados, redimir de sus necesidades a los siervos de Dios, ser hospitalario – pues en la hospitalidad se encuentra a veces la ocasión de hacer el bien –, no enfrentarse a nadie, ser tranquilo, hacerse el «más pobre de todos los seres humanos, venerar a los ancianos ejercitar la justicia, conservar la hermandad, soportar la insolencia, tener largueza de alma, no conservar rencor, consolar a los afligidos de espíritu, no rechazar de fe a los que han padecido escándalo, sino trabajar puro convertirlos y darles animo: corregir a los que pecan, no atribular a los deudores y necesitados, y todo lo demás que a esto se asemeje (38, 8 ss.)

La tercera parte del escrito de Hermas está formada por una serie de «Comparaciones» que quieren iluminar diversos aspectos de la vida cristiana. Es tal vez aquí donde el pensamiento del autor se manifiesta más original y vivaz. En la última de estas comparaciones –la décima– hace como una declaración fundamental de los derechos del necesitado:

Proclamo que es necesario que todo ser humano sea remediado en sus necesidades: porque el que se halla en la indigencia y sufre estrecheces en su vida cotidiana está en gran tormento y angustia El que libre a ese tal de su estrechez, adquiere pura sí un grande gozo.

Este texto no exige reformas sociales estructurales, que es lo primero que hoy pensaríamos nosotros. Para él no hay más que una llamada a la responsabilidad y a la solidaridad, y esto lo hace con una comparación llena de vida que se ha hecho justamente famosa:

La vid, emparrada en el olmo, da mucho y buen fruto: pero si se arrastre por le tierra lo da podrido y escaso. Esta comparación está puesta pera los siervos de Dios pera el rico y el pobre... El rico tiene mucho dinero, pero en lo que atañe al Señor es un mendigo, pues anda traído y llevado por su riqueza, y muy pocas veces eleva sin alabanza al Señor cuando lo hace, su oración es corta y floja, sin fuerza para remontarse a lo alto. Ahora bien, cuando el rico se entrelaza con el pobre y le suministra lo necesario ha de persuadirse de que cuanto hiciere por el pobre tendrá su galardón ante Dios... y con esta fe ha de suministrar al pobre todo sin vacilar. Y el pobre, socorrido por el rico, ruega por él y da gracias a Dios por el que le dio lo necesario (51, 3 ss).

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5. El recto uso de los bienes

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Una serie de documentos de origen antiquísimo – aunque de épocas diversas – exhortan a la solidaridad y a la comunicación de bienes con fórmulas que parecen repetirse. El punto central en las exhortaciones de los Padres es la de la correcta administración que los ricos han de hacer de los bienes económicos, pensando siempre en compartir con el pobre. He aquí algunos textos, que comentamos luego.

Sobre la bondad en sí de las riquezas, insiste Clemente Alejandrino a fin de no impedir a los ricos el ingreso al cristianismo. Está imbuido del pensamiento ético de las filosofías de la época: pero al mismo tiempo es un profundo conocedor de la Escritura, a la que quiere profesar fidelidad. No se puede negar que tiene una sensibilidad mucho más afinada que la de Tertuliano en lo que se refiere a las exigencias sociales del evangelio. Mientras que éste apenas si toma conciencia del problema que presenta la existencia de pobres y ricos en la comunidad cristiana, Clemente capta este problema e intenta tomar postura frente a él. Alejandría era la ciudad más populosa del mundo antiguo, centro de la cultura, de la riqueza y del comercio del mediterráneo; los contrastes entre la riqueza y el lujo de los grandes palacios y la pobreza del proletariado de los suburbios debían ser impresionantes. Un cristiano no podía permanecer indiferente.

Clemente, con argumentos sacados a la vez de la Escritura y de la filosofía social del momento, arremete contra el lujo, el despilfarro y la ostentación. Todo el capítulo 3 del segundo libro del Pedagogo está dedicado a este tema.

 

“¿De qué es culpable aquel a quien Dios rodea desde su nacimiento de riqueza, poder y honores al margen de su voluntad? Si le fue negada la vida precisamente por ser rico, sin intervención alguna de su bondad, su Creador es ciertamente injusto con él, privándole de los bienes eternos a cambio de los presentes.”2

Otro texto interesante en misma línea es el de San Basilio: “Ninguno de nuestros bienes, si fuese malo en sí mismo, podría ser una creatura de Dios… Si alguno se condena, no es por el mero hecho de haber poseído riquezas, sino por haberlas viciado con pensamientos y deseos pecaminosos y haberlas empleado mal”3.

Pero no faltan las exhortaciones contra el lujo indebido de los ricos: “¿Qué responderás al Juez, tú que revistes y adornas las paredes y rehúsas cubrir el cuerpo del menesteroso? ¿Tú, que atavías los caballos y miras con indiferencia los harapos y aspecto repugnante de tu hermano?... ¿Tú, que entierras el oro y desdeñas al que gime bajo el peso del trabajo?”4

A las mujeres, Clemente les reprocha el lujo en el vestir y el despilfarro en el cuidado de animales: “Sus sandalias van guarnecidas de bordados de oro, y llegan incluso a esculpir en ellas abrazos amorosos, como queriendo dejar sobre la tierra que pisan las huellas de su corrupción. ¡Lejos de nosotros esos engañosos calzados, donde brillan el oro y las piedras preciosas; las zapatillas de Atenas y Sicione, los zapatos de Persia y Etruria…”5 

Y luego dirá también: “Mientras unas miman a los pájaros de la India y a los pavos reales de Media, otras prefieren a una perrita de Malta a una vida casta y modesta… Si llega a su puerta el huérfano sin asilo, se la cierran, porque su casa está llena de papagayos”6.

Ciertamente Clemente no ignora que la pobreza en sí no es un bien: Por la pobreza el alma se ve obligada a no poder ocuparse de lo más necesario, que es la vida interior y la lucha contra el pecado. Por el contrario, la salud y la abundancia de lo necesario mantiene al alma que sabe usar bien de lo presente libre y sin impedimentos7.

Si la pobreza no es en sí un bien, tampoco la riqueza es en sí un mal, aunque sí algo que acarrea muchos peligros para la salvación. Para Clemente todo depende del uso que se haga de las riquezas. 

San Basilio, hijo de una familia hacendada de raigambre cristiana, cuando quiso seguir fielmente el evangelio optó por el monacato, abandonando su tierra y pasando a Palestina y Egipto. Volvió para introducir esta forma de vida en su propio país, pero pronto fue llamado a regir la sede metropolitana de Cesárea de Capadocia. Allí, sin dejar de fomentar las comunidades ascéticas de estricta comunión de bienes, se preocupó de inculcar en los cristianos sus responsabilidades frente a la pobreza imperante.

Será San Basilio quien cuestiona la legitimidad de los bienes cuando éstos no tienen función de servicio: “¿Cuáles son los bienes que te pertenecen? ¿En qué medida forman parte esencial de tu vida? … Si cada cual asumiera solamente lo necesario para su sustento, dejando lo superfluo para el que se halla en la indigencia, no habría ricos ni pobres…Te has convertido en explotador al apropiarte los bienes que recibiste para administrarlos. El pan que te reservas pertenece al hambriento; al desnudo, los vestidos que conservas en tus armario; al descalzo, el zapato que se apolilla en tu casa; al menesteroso, el dinero que escondes en tu arca”8.

San Ambrosio, en la misma línea de Basilio, expresa una idea muy fuerte, capaz de mover el corazón de todo hombre pudiente: 

“No le regalas al pobre una parte de lo tuyo, sino que le devuelves algo de lo que es suyo, porque lo que es común y dado para el uso de todos, te lo apropias tú solo. La tierra es de todos, no de los ricos, pero son menos los que se abstienen de disfrutar de su propiedad que los que las disfrutan. Devuelves, por tanto, una cosa debida, no concedes algo no debido”9

En realidad, a San Basilio no le interesan tanto las teorías sociológicas cuanto la exigencia de fidelidad al evangelio. En una homilía sobre el pasaje evangélico del joven rico argumenta de nuevo con fuerza inigualable:

Si realmente amases a tu prójimo, tiempo ha hubieras pensado en desprenderte de lo que tienes. Pero la verdad es que llevas más pegado a ti el dinero que los miembros de tu cuerpo, y te duele más desprenderte de él que si te cortaran los miembros más importantes (PG 31, 281).

San Juan Crisóstomo fue no sólo un extraordinario orador, sino un gran pastor plenamente identificado con los problemas de su grey en las dos grandes ciudades en que hubo de ejercer su ministerio: primero en su Antioquía natal, capital de la provincia de. Siria, y luego en Constantinopla, capital del Imperio de Oriente. Sus sermones ofrecen extraordinario interés, a la vez como testimonio de las condiciones sociales de la época y como muestra de la manera cómo los pastores urgían la exigencia de solidaridad cristiana. Siendo sus textos al respecto numerosísimos y de una claridad diáfana, elegimos solo algunos.

Éste describe la mísera condición de los más pobres:

...Al venir a vuestra reunión, atravesando plazas y callejas, he podido ver a muchos tendidos en las esquinas, unos mutilados de manos, otros ciegos, otros hechos una criba de llagas y heridas in- curables, mostrando precisamente las partes que, por estar llenas de podredumbre, más debieron cubrir, Ante este espectáculo me ha parecido que sería extremo de inhumanidad no hablaros de ello., Así pues, ya que carecen de lo necesario más que nunca, y además se les quita el trabajo, ya que nadie toma a jornal a los miserables ni se los llama para servicio alguno, no queda sino que las personas misericordiosas les tiendan las manos y hagan las veces de patronos que los contraten He ahí nuestro mensaje de hoy10. 

No faltaban situaciones de explotación del débil:

Los que poseen campos y sacan de la tierra sus riquezas son de lo más inicuo. Viendo cómo tratan a los míseros y trabajando labradores, se verá que son más crueles que unos bárbaros 4 los que están consumidos de hambre y se pasan la vida trabajando, todavía les imponen exacciones continuas e insoportables y les obligan a los esfuerzos más penosos. Sus cuerpos son como de asnos o de mulos o, por mejor decir, como de piedra No les conceden un momento de respiro. Produzca o no produzca la tierra igualmente les exigen y no les perdonan por ningún concepto. ¡Miserable espectáculo! Trabajan todo el invierno y después de consumirse al hielo y a las lluvias y e las vigilias, se encuentran con las manos vacías y, encima, cargados de deudas. (Ruiz Bueno, II, 274).

El cuadro difícilmente podría dibujarse con tintas más fuertes: Por una parte, pobreza y abusos: por otra, una irresponsable indiferencia en los más pudientes de entre los mismos cristianos, que se conforman a las prácticas económico-sociales de su época. En medio, la Iglesia intenta paliar la situación con obras de caridad benéfica. Pero ello acarrea a la Iglesia problemas. S. Juan Crisóstomo es consciente de que aquí la Iglesia jerárquica ejerce una función subsidiaria que no le es propia y que más bien le entorpece en su función más específica:

Por culpa vuestra y por vuestra inhumanidad han venido a parar a la Iglesia campos, casas, alquileres de viviendas, carros, mulos y muleros y todo un tren de semejantes cosas. Todo este tesoro de la Iglesia debería de estar en vuestro poder, y vuestra buena voluntad debiera ser su mejor renta. Mas lo cierto es que ahora se dan dos males el primero, que vosotros no obtenéis el fruto de la limosna, y el otro, que los sacerdotes de Dios no entienden en lo que debieran... De ahí que nosotros no podamos abrir la boca, ya que le Iglesia de Dios no se diferencia en nada de los seres humanos del mundo... Nuestros obispos andan más metidos en preocupaciones que los tutores, los administradores y los tenderos. Su única preocupación debieran ser vuestras almas y vuestros intereses y ahora se rompen cada día la cabeza por tos mismos asuntos que los recaudadores, los agentes del fisco, los contadores y los despenseros... (Ruiz Bueno, II 667)

 No es correcto que los cristianos abdiquen de sus responsabilidades de solidaridad, descargándolas en la Iglesia. Lo que han de hacer es aguzar su sensibilidad, revestirse de entrañas de caridad y compartir con todo necesitado:

Locura y frenesí manifiesto es llenar las arcas de vestidos y despreciar el que fue creado a imagen y semejanza de Dios, dejándolo desnudo y tiritando de frío y que apenas se tenga en pie. Me decís: Es que finge todo esto del temblor y la debilidad., Perdonadme: esta palabra me hace reventar de indignación. ¿Vosotros, que os regaláis y engordáis que seguís bebiendo hasta bien entrada la noche, que luego vais y os arropáis en blandas colchas, vosotros, digo, creéis que no vais a sufrir el castigo merecido al hacer un uso tan in justo de los dones de Dios...? (PG 61, l76 ss.)

 Sin duda que ya entonces se daba la situación del que se fingía más pobre de lo que realmente era, aprovechándose para vivir de la caridad ajena. Los ricos sacaban de ahí excusas justificadoras de su dureza de corazón. Otras veces la excusa era la supuesta perversión o degradación moral de los pobres: el rico, desde su situación de privilegio, siempre está dispuesto a pasar juicio moral contra el que es menos que él: no se contenta con ser rico, sino que ha de presentarse como bueno, y mejor que nadie. San Juan Crisóstomo insiste en que el pobre no ha de ser juzgado: se ha de socorrer su indigencia, no premiar su moralidad:

El que quiere practicar la bondad no ha de pedir cuenta de la vida, sino remediar la pobreza y socorrer la necesidad. El pobre sólo tiene una defensa, que es su indigencia y necesidad. No le pidas más aun cuando fuere el ser humano más malvado, si carece del sustento necesario, remediemos su hambre. Así nos lo mandó Cristo: «Sed como vuestro Padre del cielo que hace salir el sol sobre buenos y malos» (Mt 5, 45) ... No damos limosna a las costumbres, sino a las personas. No le tenemos compasión por su virtud, sino por su calamidad. De este modo nos atraeremos también nosotros del Señor su mucha misericordia. (PG 48, 985 ss.).

De esta forma aparece, no como resultado de metódico análisis de los mecanismos sociales, pero sí con clara intuición de lo que está en el fondo de los mismos, la idea de que la acumulación de riqueza es en realidad una rapiña encubierta: en vano el rico puede intentar tranquilizar su conciencia:

El no dar parte de lo que se tiene es ya como una rapiña. Las Escrituras dicen ser rapiña avaricia y defraudación, no sólo arrebatar lo ajeno, sino también no dar parte de lo suyo a los otros... Esto dice para demostrar a los ricos que lo que tienen pertenece al pobre, aun cuando lo hayan adquirido por herencia paterna o les venga el dinero de donde quiera que sea., Las cosas o riquezas, de donde quiera las recojamos, pertenecen al Señor, y si las distribuimos entre los necesitados lograremos gran abundancia (PG 48, 984).

 Sólo en la verdadera y efectiva solidaridad fraterna entre los hijos de un mismo Padre puede tener sentido la oración, el culto y, sobre todo, la celebración de la eucaristía. Las palabras del Crisóstomo a este respecto podríamos decir que siguen siendo de actualidad:

Este sacramento no sólo exige estar en todo momento puros de toda rapiña sino de la más mínima enemistad. Este sacramento es un sacramento de paz. No nos consiente codiciar las riquezas... Y no pensemos que basta para nuestra salvación presentar al altar un cáliz de oro y pedrería después de haber despojado a viudas y huérfanos. Si quieres honrar este sacrificio, presenta tu alma, por la que fue ofrecido. Esta es la que has de hacer de oro... Este sacramento no necesita preciosos manteles sino un alma pura. Los pobres, en cambio, sí requieren muchos cuidados. Aprendamos, pues, a pensar rectamente y a honrar a Cristo como Él quiere ser honrado. ¿Qué le aprovecha al Señor que su mesa esté llena de vasos de oro si Él se consume de hambre Saciad primero su hambre, y luego, de lo que sobre, adornad también su mesa? (Texto citado en Ruiz Bueno, II, 79 ss.).

De esta manera, Juan Crisóstomo, el más vigoroso y elocuente entre los Padres, es a la vez el más ardiente defensor de los pobres y el más insistente amonestador a los ricos para que no descansen en el uso egoísta de sus riquezas. No por azar Francisco lo cita en Evangelium Gaudium n 57, cuando el santo dice “No compartir con los pobres los propios bienes es robarles y quitarles la vida. No son nuestros los bienes que tenemos, sino suyos”11

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6. Reflexiones Finales

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En la época patrística no existe una síntesis moral sobre los bienes económicos. No hay un Tratado sistemático sobre el particular. Abundan, sin embargo, elementos morales de gran interés, que impactan hoy en los grandes teólogos y en el mismo magisterio del papa Francisco, cuya opción por los pobres, refugiados, marginados, es innegable, marcando una línea de misión pastoral para la Iglesia toda. 

La Iglesia no sólo fue desde los comienzos una comunidad de pobres, sino que tuvo plena conciencia de que la fraternidad traducida en solidaridad efectiva era la expresión necesaria de aquella disposición de filiación para con Dios Padre, que había sido el centro de la predicación de Jesús y que había sido confirmada por la efusión de su Espíritu prometido. Esto se expresa muy tempranamente en principios básicos de conducta cristiana, como es «compartirás todo con tu hermano». 

Con la expansión numérica que le sigue a la conversión de Constantino, aquella solidaridad se hace cada vez menos efectiva, y coexisten en las comunidades ricos y pobres, con una conciencia cada vez más debilitada de las obligaciones de unos para con los otros. Los pastores se ven entonces en la necesidad de reavivar la conciencia primitiva, multiplicando exhortaciones que, al parecer, pocas veces obtenían el efecto deseado. Las exhortaciones a la solidaridad y comunión de bienes, a la sobriedad, a la limosna, contra la usura o el lujo, etc., ocupan gran parte de la homilética patrística.

Se repiten los principios primitivos y se refuerzan con nuevas formas de argumentación: el principio estoico de que la naturaleza dispuso todas las cosas para uso común es reinterpretado teológicamente en el sentido de que Dios creador y padre de todos quiere que todos disfruten de sus dones. Urgiendo este argumento se llega a la afirmación de que el rico se estaría apoderando de lo que posee el pobre, cuando acapara los bienes de la tierra más allá de lo necesario, con pretensión de uso exclusivo y absoluto. Más aún: se descubre que algunas veces los ricos lo son a costa de los pobres, y que las riquezas aparentemente honestas o heredadas son, en ocasiones, fruto de injusticia más o menos encubierta o remota. La riqueza es justificable cuando se pone al servicio del bien común de todos.

Sin embargo, los Padres, aunque son radicales en la condena de esos abusos, prácticamente no llegan a postular reformas de fondo de la misma estructura social que los fomentaba: no tenían medios de análisis de los mecanismos económicos, ni menos aún disponían de remedios para subsanar sus deficiencias. Aquí se podría hacer un paralelo con el tema de la esclavitud. Sólo podían exhortar a la limosna, a la generosidad, a la sobriedad y a tener entrañas de humanidad y piedad cristiana.

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7. Bibliografía  y   Notas

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- AA. VV., Povertá e richezza nel cristianesimo antico (s I-V), Instituto Patristicum Agustinianum, Roma, 2016.

- SAN AMBROSIO, De Nabuthe, 12,53, PL 14, 747.

- SAN BASILIO, Homilia in illud “Destruam”, PG 31, 276.

- SAN BASILIO, Homilia in divites, PG 31, 288.

- CLEMENTE DE ALEJANDRIA, Pedagogo: PG 8, 537.

- CLEMENTE DE ALEJANDRÍA, Pedagogo: PG 8, 597.

- CLEMENTE DE ALEJANDRÍA, Stromata IV, 5. PG 8, 1233.

- DI BERNARDINO, A., Istituzioni della Chiesa Antica, Marcianum Press, Venezia, 2019.

- LONGENECKER, B. W., Remember the poor: Paul, poverty, and the Greco Roman world, Grand Rapids, Mich. Eedermans, 2010. 

- SAN JUAN CRISÓSTOMO, Homilía, PG 51, 261ss.

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Notas

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1. ORÍGENES, Contra Celso I, 46. III, 41-58.

2. CLEMENTE DE ALEJANDRÍA, Quis dives salvetur: PG 9, 632 B.

3. SAN BASILIO, Regulae brevius tractae, PG 31, 1145 C.

4. SAN BASILIO, Homilia in divites, PG 31, 288.

5. CLEMENTE DE ALEJANDRIA, Pedagogo: PG 8, 537.

6. CLEMENTE DE ALEJANDRÍA, Pedagogo: PG 8, 597.

7. CLEMENTE DE ALEJANDRÍA, Stromata IV, 5. PG 8, 1233.

8. SAN BASILIO, Homilia in illud “Destruam”, PG 31, 276.

9. SAN AMBROSIO, De Nabuthe, 12,53, PL 14, 747.

10. SAN JUAN CRISÓSTOMO, Homilía, PG 51, 261ss.

11. SAN JUAN CRISÓSTOMO, De Lazaro Concio II, 6. PG 48, 992D.

 

¿Cómo citar esta voz?

 

Sugerimos el siguiente modo de citar, que contiene los datos editoriales necesarios para la atribución de la obra a sus autores y su consulta, tal y como se encontraba en la red en el momento en que fue consultada: García, José Juan, LOS POBRES Y LOS PADRES, en García, José Juan (director): Enciclopedia de Patrística.

Última modificación: Monday, 24 de August de 2020, 08:44