Complejidad de los Orígenes Cristianos y su consolidación por la Patrística
ÍNDICE
1. Introducción
2. Complejidad de los Orígenes Cristianos
3. La corriente Judeocristiana
4. La orientación proto Católica
5. La versión gnóstica
6. Conclusión
7. Bibliografía y notas
1. Introducción
Eje de las convicciones de la creencia cristiana primitiva es la confesión comunitaria de la resurrección de Jesús el Cristo, ya que como se continuará proclamando: “¡Jesucristo, es el Señor!”, Dios, cuyo Nombre es maldito pronunciar.
Al mismo tiempo y de diferentes modos, familiares, Pedro y poco después Pablo, y María Magdalena y Juan de Zebedeo, han experimentado la Resurrección de Jesús el Nazareno.
Mientras que entre los hermanos de Jesús, dos testigos han alcanzado la seguridad del Cristo resucitado corporal y espiritualmente (Santiago y Tomás), el discípulo Pedro lo ha experimentado con equilibrio psicosomático, un tipo de conocer a cuya descripción lingüística se sumará Pablo, mientras que las discípulas femeninas (María Magdalena, Salomé) y Juan, lo describirán como espíritu viviente.
La reflexión sobre estas experiencias de base del Resucitado se ha afirmado configurada como una trinidad experiencial: hombre-Dios (Padre)- Dios-hombre (Hijo)- Dios viviente (Espíritu): la naturaleza intrínsecamente diversa de una trinidad divina o divinidad trina.
La divinidad trina y una ha resultado ser de este modo la experiencia religiosa cristiana básica: «Id y bautizad a todos en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo» y que funda la aprehensión del cristianismo original y originante, en tres manifestaciones diversas, pero inseparables como naturaleza triple y única: una trinidad figurada que se adora y piensa bajo tres formas o personas individuales indivisas y comunicantes (las de la paternidad, la filiedad y la maternidad) y bajo tres fases o corrientes colectivas históricamente diversas: la de los judeocristianos o familiares históricos de Jesús, la de los primeros católicos o creyentes testimoniales y la de los creyentes espirituales o más próximos a la interioridad inagotable del Maestro: creyentes de la tradición paternal o judeocristiana; creyentes de la tradición filial o protocatólicos y creyentes de la tradición pneumática o gnósticos.
Entre los judeocristianos dos testigos son el eje de esta vertiente emparentada familiarmente con Jesús que invita a la investigación, Santiago el hermano mayor y Simón de Cleofás, el primo hermano. A estos parientes les corresponde la tradición parental en Jerusalén y su residencia física en la sede sinagogal-eclesial localizable en el Monte Sión, en donde vivieron parientes y seguidores de Jesús hasta el siglo IV de la era cristiana.
2. Complejidad de los Orígenes Cristianos
Expresión axial de las convicciones de la creencia cristiana primitiva se encierra en la proclamación comunitaria de la resurrección de Jesús el Cristo, el Mesías, el Ungido, Jesucristo, ya que como se continuará confesando cristianamente: “¡Jesucristo, es el Señor! -- el Kyrios, denominación reemplazante de Yahvé --, o sea, de Dios, cuyo Nombre está vedado pronunciar.
Simultáneamente y de diferentes modos, familiares -- Santiago y Cleofás, los “discípulos de Emaús” --, Pedro y poco después Pablo, y María Magdalena y Juan de Zebedeo, el hermano del otro Santiago, han experimentado el fenómeno del Resucitado, Jesús el Nazareno.
Mientras que entre los hermanos de Jesús de convivencia doméstica y familiar, dos testigos han alcanzado la seguridad del Cristo resucitado corporal y espiritualmente --Santiago y Tomás el Mellizo --, el discípulo Pedro lo ha experimentado con equilibrio psicosomático, un tipo de conocer a cuya descripción lingüística se sumará Pablo, mientras que las mujeres -- María Magdalena, Salomé -- y Juan, lo describirán como espíritu viviente (pneûma zotikón).
La reflexión sobre estas experiencias de base del Resucitado se ha afirmado configurada como una trinidad experiencial o fenómeno trinitario: hombre-Dios (Padre)- seno divino (Espíritu de Dios-Ruah Yahvé) y vástago filial (Hijo): la naturaleza diversa de una trinidad divina o divinidad trina.
La divinidad trina y una ha resultado ser de este modo la experiencia religiosa cristiana básica, por eso se exhorta: «Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo» (Mt 28, 19: variante, Hcho 1,5) y que funda la aprehensión de la naturaleza divina del cristianismo original y originante, el cristianismo arcaico, en tres manifestaciones diversas, pero inseparables como naturaleza triple y única: una trinidad figurada que se adora y piensa bajo tres modos o personas individuales indivisas y comunicantes -- las de la paternidad, la filiedad y la maternidad -- y que se concretan bajo tres modalidades de de la proclamación del mensaje (kerigma) atribuido a Jesús el Nazareno.
El Evangelio de Mateo constituida su composición en torno al 80, sobre el que dice Papías aproximadamente sobre el año 140 que “Mateo <un judío> ordenó en lengua hebrea (arameo) las sentencias (logia), y cada uno las interpretó según su capacidad”. Vale decir que la transmisión de las palabras adelantaron al contexto o la descripción de los hechos. El Evangelio de Marcos tan antiguo come el anterior y que sería iniciativa del joven que seguía a Jesús en el recorrido de la pasión cubierto sólo por una sábana y que apremiado por testigos la dejó y escapó desnudo (Mc 14,51-52). Su madre recibía en casa a una parte del grupo de cristianos para la oración. Ha colaborado con Pedro como secretario y también con Pablo (1Pedro V,13), y parece ser galileo. Este evangelio sería, anterior al año 70, por sus alusiones a la destrucción del Templo de Jerusalén y refleja una fuerte influencia de Pablo. Es un testimonio que anuncia la filiación divina de Jesucristo. Interesa más en el anuncio de este Evangelio la persona de Jesús, en el que paulatinamente se descubre el poder salvador del Hijo de Dios, que la enseñanza que proporcione. El tercer Evangelio, el de Lucas, es de un redactor profesional metódico en su redacción, médico, discípulo de Pablo, pagano convertido, y que tiene en común con Pablo la insistencia sobre la presencia del Espíritu Santo en el medio cristiano, con lo que los tiempos finales ya se han cumplido. Se ha servido del Evangelio de Marcos y escribe entre diez o veinte años después de la muerte de Pablo. La resurrección del Cristo da sentido a todo lo que le ha precedido. El Cristo es de este modo el Señor (Kyrios), y el día de su celebración (en kyriaké), el Domingo, ya en latín. Pero la dýnamis del Espíritu Santo lo plenifica todo. Por eso nada tiene de extraño, que el Señor glorificado del Evangelio de Juan (fines del 1er.siglo, entre 90-95), y surgido quizás en Jerusalén, en un medio de esenios de influencia helenística, exprese en el primer hemistiquio de Jn 1, 14—15, en el original griego: Kai ho Logos sarx egéneto kai eskénosen en hymin : “Y el Verbo llegó a ser carne y acampó entre nosotros, que se expresa mejor que la imprecisa versión latina: et caro factum est et habitavit in nobis, que es interpretación latina y dificulta entender que el Verbo de Dios encarnado, tenga el doble aspecto de Jesús el Cristo, Palabra de Dios preexistente y asimismo incorporada. Si se tiene en cuenta en esta tradición el dramático conflicto reflejado en la polémica de la I y II Carta de Juan entre los miembros que permanecen en la comunidad local y los que se alejan de ella: “En esto sabemos que le conocemos, en que guardamos sus mandamientos. Quien dice: “Yo Le conozco” v no guarda sus mandamientos es un mentiroso y la verdad no está en él” (I, 2, 3-4). O bien, “Pues el que está en vosotros es más que el que está en el mundo. Ellos son del mundo; por eso hablan según el mundo y el mundo los escucha. Nosotros somos de Dios Quien conoce a Dios nos escucha. Quien no es de Dios no nos escucha. En esto conocemos el Espíritu de la verdad y el espíritu del error” (4,4-6), “Muchos seductores han salido al mundo que no confiesan que Jesucristo ha venido en carne” (2Juan, 7ss.). La información sobre Los miembros de la comunidad que se retiran de ella según estas cartas, mantienen cierto paralelo con la polémica del sacerdote Tibutis al que Eusebio de Cesarea atribuye los orígenes internos de las herejías y que se puedan descubrir sus orígenes ideológicos configurados en el arcaico Evangelio de Tomas, apoyando con cierta solidez la hipótesis de las tres corrientes colectivas prenicénicas diversas: la de los judeocristianos o familiares históricos de Jesús (Evangelio de Mateo), la de los primeros católicos o creyentes testimoniales y la de los creyentes espirituales o más próximos a la interioridad de fondo inagotable del rabí de Galilea: creyentes de la tradición paternal, o judeocristiana, creyentes de la tradición filial o tradición psíquica o protocatólicos y creyentes de la tradición pneumática o gnósticos.
En el grupo de los judeocristianos dos testigos son el eje de esta vertiente emparentada familiarmente con Jesús, Santiago, el primogénito, el hermano mayor de un núcleo familiar de cuatro varones y más de dos mujeres y Simón de Cleofás, el primo hermano de Jesús e hijo del tío Cleofás y de su esposa, María de Cleofás. A estos parientes les corresponde la tradición parental conservada en Jerusalén y su residencia física en la sede sinagogal-eclesial localizable en el Monte Sión, en la actualidad el predio de Santa María del Monte Sión, en donde vivieron parientes de Jesús y seguidores del Mesías hasta el siglo IV de la era cristiana.
3. La corriente Judeocristiana
Sobre la etapa más antigua de los judeocristianos tenemos diversos testimonios. Eliézer ben Hircano fue uno de los grandes representantes del círculo de sabios de la Escuela de Jamnia, discípulo de Gamaliel II. Se escribe de él que primero sostuvo una relación fluida con el judeocristiano Jacobo de Kefar Siknin en Galilea, con el que se reunía y del que le gustaba oír palabras de Jesús. Estos encuentros tienen que haber sido anteriores al año 70, fecha de la destrucción del Templo de Jerusalén, porque desde este acontecimiento y los hechos que inmediatamente le han precedido los lazos entre judeocristianos y judíos se aflojan primero, los contactos se desvanecen después y las conexiones se endurecen finalmente hasta romperse. Si bien la ejecución de Santiago el Justo --año 62-- tiene antecedentes más amplios, la concreción y fortalecimiento progresivo del programa de la Academia de Jamnia o Yabné del 70 al 90 van marcando una serie de hitos negativos en estas relaciones de judeocristianos y judíos: retiro de parte de los judeocristianos a Pella en la región de la Perea, al otro lado del Jordán, dirigidos por Simeón bar Kloppas, el primo hermano de Jesús –como hemos dicho-- quien posteriormente regresa a Jerusalén. El anatema incluido en la duodécima bendición entre las Dieciocho bendiciones que contiene la oración diaria judía o shemoná, cuyo contenido, en realidad, es una maldición contra los disidentes (minim) y los cristianos nazarenos, o sea, los seguidores de Jeśu ha Nozri (los nozrim), es determinante para este alejamiento: «No haya esperanza para los apóstatas. El dominio de la impiedad llega hasta nuestros días. Perezcan en un instante y no sean inscritos entre los justos los nozrim y los minim. Bendito seas Tú, Eterno nuestro Dios que aniquilas a los perversos».
Además, se expulsa de la sinagoga a los señalados por sus particulares creencias que le dan una doble fisonomía: son respetuosos de la Torah, pero al mismo tiempo creen en Jesús como el Mesías. Los testimonios de esta conducta condenada los conserva la tradición juanina:
«Sin embargo, aun entre los magistrados muchos creyeron en él, pero por los fariseos no lo confesaban, para no ser excluidos de la sinagoga» (Jn 12,42 y 16,2: «Os expulsarán de las sinagogas», también en el mismo sentido, 22). El remate de la impracticabilidad de la convivencia se da en los años 132-135 cuando con el levantamiento contra los romanos de Bar Kokeba (el “Hijo de la Estrella”), los judeocristianos siendo de raza judía rechazan el ir a la guerra al negarse a reconocer como Mesías al valeroso caudillo. Muchos de estos judeocristianos padecerán el martirio por esta negativa, actitud envuelta en una fe intrépida que será la causa inmediata de la conversión cristiana del filósofo Justino de Roma, según propias palabras. Un texto del Talmud en relación con el rabino ben Hircano en torno al año 109, refleja bien la transformación de estas antiguas relaciones a las que nos estamos refiriendo:
«Cuando R. Eliézer fue liberado del tribunal, se afligió por el hecho de que había sido arrestado a causa de las palabras de minut (desviación). No aceptaba ningún consuelo de sus discípulos cuando lo fueron a buscar. Entonces R. Aquiba entró y le dijo: “Maestro, me gustaría decirte algo. Quizá ya no te turbes”. Él le dijo: “Habla”. Éste repuso: Quizá uno de los minim te ha dicho una palabra de minut que te ha procurado placer”. Él le dijo: “Has provocado en mí un recuerdo. Un día estaba paseando por el camino de Séforis. Allí me encontré con Jacobo de Kefar Siknin, que me dijo una palabra de minut en nombre de Yeśua ben Pantiri. Y me gustó. Así es como fui arrestado por palabras de minut, porque he transgredido la Escritura: Aleja tus pasos de esta extranjera, no te acerques a la entrada de su casa (Prov. 5,8). Porque son numerosas las víctimas cuya caída ella ha causado y aquellos a los que ella ha hecho perecer son multitud (Prov. 7,26). De este modo, R. Eliézer tenía costumbre de decir: “Que el hombre huya siempre de la fealdad y de quien se junta con la fealdad”» (Tosefta Hulin II, 24).
Ahora bien, se debe advertir que estos judeocristianos a los que nos estamos refiriendo están presentes en los orígenes mismos del cristianismo pues sus puntales y primeros dirigentes en Jerusalén han sido los miembros de la familia de Jesús que han creído en su profetismo mesiánico, después de sus triunfos en Jerusalén y de su pasión y muerte en cumplimiento de la voluntad de Dios. Ellos han seguido siendo en sus prácticas judíos, cumpliendo con las exigencias de la circuncisión, la observancia del descanso del Sábado y las leyes de pureza social y alimentaria, pero se han separado del judaísmo mosaico por su creencia y devoción hacia Jesús como el Cristo al que han honrado como el Mesias/Cristo, el Señor (Marán/Kyrios) y el Profeta que ha superado a Moisés. Las diferencias entre estos cristianos judaizantes con otros provenientes de la gentilidad han surgido muy pronto y se han hecho bien visibles en Antioquia antes del año 52 hasta el punto de haber sido el origen de una no disimulada polémica entre Santiago, el hermano del Señor, y Pablo de Tarso. La controversia no se ha zanjado como sugiere condescendientemente Lucas, el evangelista pro paulino y autor de los Hechos de los Apóstoles, sino sólo en apariencia1, porque tanto Pablo ha seguido con la predicación de su mensaje en medio del helenismo, como Santiago, otros parientes y Simón Pedro han sido fieles a sus propias creencias las que han difundido y cultivado en la misma Palestina y en la Siria aramaica, Roma y Alejandría2.
Los judeocristianos aludidos a diferencia de los protocatólicos o corriente petrino-paulina se distinguen por haber considerado al pariente Jesús dentro de la cofradía o heburá de los nazarenos, como un profeta superior a todos los demás, “el profeta poderoso en obras y palabras delante de Dios y de todo el pueblo”3, al punto de haber llegado a ser el Mesías ungido como rey y sumo sacerdote, siervo y salvador del pueblo.
De acuerdo con los testimonios que se han mantenido, estos judeocristianos conservan su propia historia interna con diversidad de matices.
Cuando a mediados del siglo II Justino de Roma en su Diálogo con Trifón , capítulos 46-48, nos ofrece una reseña sobre estos cristianos judaizantes según la opinión que en ese momento tiene la tendencia protocatólica consolidada en Roma, la síntesis interpretativa que nos ofrece es ambigua y de fuerte influencia doctrinal protocatólica, pues, por una parte, ante las preguntas del rabino Trifón responde Justino que existen algunas personas que creen que Jesús es el Mesías y que siguen al mismo tiempo las observancias de la Ley de Moisés y que si no obligan a los demás cristianos a seguir esas prácticas a causa de su valor salvífico --lo que sería una contradicción-- hay que considerarlos cristianos y que podrán alcanzar la salvación. Hay otros, sin embargo, que no los consideran cristianos, conducta que se debe reprobar.
Pero enseguida agrega Justino otras afirmaciones más restrictivas, que si algunos de estos creyentes, además, niegan la preexistencia de Jesucristo, su incorporación carnal y su nacimiento virginal, al haber procedido la naturaleza de Cristo de la elección (de Dios), éstos no son cristianos.
Lo sostenido por el apologista Justino y su posición parcialmente condenatoria da a entender que hay una historia anterior del judeocristianismo que es necesario sacar a la luz a partir de los testimonios directos que se pueden leer de los adherentes a este antiguo y singular movimiento cristiano4.
Pablo de Tarso frente al respeto por la Ley de estos primitivos cristianos y sus usos religiosos judíos, doctrinalmente, en primer lugar, no admite la necesidad de la circuncisión para todos los seguidores del Mesias: «Porque en Cristo Jesús ni la circuncisión ni la incircuncisión tienen valor, sino solamente la fe que actúa por la caridad» (Gál 5,6). Tampoco reconoce el valor salvífico como intrínseco a la Ley mosaica: «No tengo por inútil la gracia de Dios, pues si por la ley se obtuviera la justificación, entonces hubiese muerto Cristo en vano» (Gál 2,21). Sostiene, por consiguiente, enfáticamente una redención mesiánica basada en la muerte en cruz de Jesús y su resurrección: «Nosotros predicamos a un Cristo crucificado: escándalo para los judíos; necedad para los gentiles» (1Cor 1,23). Dicho en otras palabras, aboga ante judíos y griegos por una soteriología de alto perfil basada en la persona del Cristo crucificado, postura con la que enfrenta a los judíos por la humillación que representa la figura de un mesías glorioso denigrado, como a los griegos, por el sin sentido que expresa el hecho admitido de que de la muerte provenga la vida y la resurrección para siempre. Es decir, que ante el fenómeno mesiánico y la salvación humana que genera, se abría un abanico de múltiples interpretaciones, una herencia cultural de exégesis varias que ya venía de la diversidad plural religiosa e interpretativa de los grupos judíos, algo que Pablo cierra en una versión única, haciendo honor a sus orígenes fariseos de formación5.
Los judeocristianos, en cambio, ponen el acento en la entrega incondicionada de Jesús a la voluntad de Dios Padre, un tipo de salvación que va dirigida antes al pueblo judío que a toda la humanidad --aunque pueda posteriormente abarcar a ésta-- y que puede determinarse como una soteriología de bajo perfil. A partir de este centro hermenéutico se siguen una serie de consecuencias sistemáticas:
-- Seguimiento sin reservas de la ley mosaica, como Jesús en su plenitud profética la ha practicado, y en particular las de pureza ritual que se deben observar en las comidas en común de judíos y gentiles cristianos, de lo contrario deben comer por separado: «Por esto opino yo <dice Santiago> que no se debe molestar a los gentiles que se conviertan a Dios, sino escribirles que se abstengan de la comida que ha sido contaminada por los ídolos, de las uniones maritales ilícitas, de la carne de animales estrangulados y de comer sangre. Porque desde tiempos antiguos Moisés tiene en cada ciudad sus predicadores y es leído cada sábado en las sinagogas» (Hcho 15, 19-21).
-- Las cuatro regulaciones mínimas señaladas por Santiago: no participar de la carne sobrante de los sacrificios a los ídolos, porque esto implica compartir un rito idólatra; observar las normas de las uniones matrimoniales en relación con los parientes y el adulterio; comer la carne de acuerdo con las prescripciones que exigen que el animal sea ritualmente matado y dilacerado y, finalmente, no comer alimentos hechos con sangre de animales. Esto es lo mínimo y más claro del mensaje mosaico. Así lo confirman los Reconocimientos clementinos: «Y lo que mancha al mismo tiempo el alma y el cuerpo es participar en la comida de los demonios, o sea, comer carnes de los sacrificios, o ingerir sangre, o carne de un animal sacrificado o de cualquier víctima que se haya ofrecido a los demonios. 5. Y que para vosotros lo sea también el primer grado de los tres, el que produce treinta mandamientos, mientras que el segundo produce sesenta y el tercero cien (ver Mt 13, 8-23), como lo expondremos en otro lugar más detalladamente»6.
-- Postura adopcionista en cuanto a la divinidad del Mesías, una acción extraordinaria plenamente manifestada en el bautismo de Jesús en el Jordán7.
-- Asunción doctrinal docética en cuanto a la pasión y muerte. Jesús no ha sufrido, sino que su espíritu ha sido liberado del cuerpo8.
-- Jesucristo es entendido como el verdadero profeta que ha mostrado sin velos la totalidad del mensaje que proviene de Adán, plasmado a la imagen y semejanza de Dios, que adquiere históricamente grandeza en Moisés y concluye totalmente en Jesús, el sello de las profecías. Dice Rec. I, 16,1-: «Al que se requiere para socorrer la casa llena de las tinieblas de humo de la ignorancia y del vicio, sostenemos que es el que lleva el nombre de “el verdadero Profeta”, el único que puede iluminar las almas de los hombres para que vean claramente con sus ojos el camino de la salvación, 2. pues de otra manera es imposible conocer lo que es divino y eterno, salvo que se aprenda de la boca de este Profeta»9.
-- El rito iniciático del bautismo de agua es esencial porque en él se revela la fuerza del espíritu que purifica de las impurezas de la sangre traída por los demonios, que reemplaza a los sacrificios de sangre y de este modo confirma la inutilidad del fuego. Dice Rec. VII, 38, 3-4: «Por otra parte, la castidad, agregaba, es de tal grado agradable a Dios que confiere incluso a los que están sumergidos en el error alguna gracia en la vida presente. 4. En verdad, la bienaventuranza futura sólo ha sido destinada a quienes, por la gracia del bautismo, hayan guardado la castidad y la justicia»10.
-- La Escritura ha llegado adulterada y hay que tener en cuenta las perícopas que trasmiten lo más antiguo del mensaje. Aunque en esta prescripción no se puede deslindar claramente lo que es propio de lo que es una respuesta a la influencia marcionita.
Ahora bien, esta posición se ha transmitido de manera rígida entre los judeocristianos ebionitas que no retornaron de Pella después de la primera emigración del año 70 y se ha fortalecido con nuevos emigrantes desde el 136 cuando el decreto del Emperador Publio Elio Adriano transformó a Jerusalén en Aelia Capitolina prohibiendo la residencia en ella de judíos y circuncisos, pero ha mantenido una cierta flexibilidad entre los judeocristianos que tempranamente se difundieron hacia la Siria aramaica a los que también se sumaron una parte del brazo seguidor de Simeón bar Clopas; son los conocidos con la antigua denominación genérica para los cristianos de nozrim o nazarenos. De éstos han evolucionado los que han admitido que la posición de Pedro adoptada en Antioquía y respetuosa de la postura judaizante de Santiago era la digna de seguir11. De esta manera la conflictividad última entre judeocristianos y protocatólicos sería posterior a la muerte y apariciones del Resucitado, pero muy antigua y arraigada en la misma agresividad de Pablo, cuya conversión autoconfirmada en el camino de Damasco, siempre fue causa de desconfianza para los judeocristianos. Pero de este mismo fondo arcaico, por otra parte, han surgido asimismo los discípulos de Santiago que rechazando la importancia fundamental del parentesco, han hecho hincapié en el respeto por una enseñanza profunda o esotérica exigida por los nazarenos como se cultivarán en las enseñanzas gnósticas.
Los dos ritos primordiales cristianos según nos lo muestran los vestigios más antiguos son el bautismo y la eucaristía.
El bautismo como acto consagrado de iniciación cristiana arraigado en el hecho ejemplar del bautismo de Jesús y la tradición de Jesús el Bautista es central, y sobre él hay más que decir, sobre todo porque la tradición judeocristiana diferente de la de Juan el Bautista, otorga a este rito un lugar prominente en reemplazo de los sacrificios impuros, como se ha anticipado. Pero también los gnósticos polemizan contra el bautismo de los eclesiásticos como un falso bautismo. El último original descubierto sobre la corriente gnóstica, El evangelio de Judas, toca especialmente el tema, y a él nos hemos referido oportunamente12. Parece ser que para aprender realmente sobre el bautismo debemos ir en una dirección, si no contraria, diversa de la señalada por la Didakhé y las Constituciones Apostólicas, cuyos principios han consagrado más tarde las Catequesis bautismales y mistagógicas de Cirilo de Jerusalén.
Pero sobre la celebración eucarística también debemos tomar un desvío respecto de lo que escribe la Didakhé sobre la “acción de gracias”, en relación con el recuerdo Y conmemoración de la fracción del pan y la participación comunitaria en este acto, y que la confluencia de los testimonios de Pablo con los evangelios canónicos respecto de la institución de un núcleo germinal en la última cena festiva del Señor con los “Doce”, posteriormente cultualizada, como se venía sospechando, tampoco es el inicio del primer culto de acción de gracias cristiano. Por otra parte, la corriente gnóstica ha combatido duramente el modo protocatólico de entender el sentido de la eucaristía, como una forma de adoración del cosmos y de fortalecimiento del error demiúrgico.
4. La orientación proto Católica
La iglesia de Antioquía, en cambio, muy pronto también, superada la controversia paulino-petrina contra Santiago y los cristianos de Jerusalén, ha afirmado un cristianismo que se ha alejado de la influencia de la primera comunidad jerosolimitana y ha seguido la propia dirección apoyada final y definitivamente en la teología paulina. El Obispo Ignacio de Antioquia a fines del siglo I será el testigo privilegiado de una corriente que ya ha cuajado en Roma como la orientación de la alianza Pedro-Pablo en grupos que han sido originariamente judíos e incluso judeocristianos. Esta actitud estaba afincada con firmeza por el año 90/91, cuando Flavio Josefo incluye en la redacción de sus Antigüedades judías 18, 63-64 la noticia conocida como testimonium flavianum. Aunque es posible que estas creencias basadas en una profesión de fe bautismal de los cristianos de Roma remonte a los primeros años de la década del 60, si se tiene en cuenta que los miembros de la dupla constituida por Pedro y Pablo son considerados por la 1Carta de Clemente como las “columnas” de la Iglesia de Roma y que Pedro puede haber padecido el martirio en el año 64, bajo el imperio de Nerón.
5. La versión gnóstica
Ha sido Tibutis, según la Memoria de Hegesipo conservada por Eusebio de Cesarea, que en otra ocasión hemos estudiado, el que manifiestamente ha expresado su disidencia contra los simples derechos de sangre como garantía de sucesión en el episcopado, transformando la tradición del “verdadero profeta” como Mesías público en la del “Cristo esotérico”. Las tradiciones gnósticas jacobitas (Carta esotérica de Santiago, naasenos de Hipólito) y de Tomás el Mellizo (Evangelio de Tomás 12) confirman la trayectoria, mostrando esta posición como una de las interpretaciones posibles entre otras varias, teniendo la posibilidad de lograr una verificación final en relación no con la revelación o apocalipsis del cosmos definitivo y el tiempo histórico, los que no pueden ser liberados de su transitoriedad, sino con lo oculto o apócrifo en sí mismo en íntima relación trinitaria inseparablemente unida de Espíritu, Padre e Hijo. El origen de la gnosis cristiana y del gnosticismo deben buscar de este modo sus raíces inmediatas en el campo fértil y comunicativo entre el judaísmo de múltiples dimensiones religiosas anterior a la destrucción del segundo templo y el surgimiento del rabinismo de Jamnia, y el cristianismo libre de trabas canónicas e institucionales de las primeras décadas que siguieron a la muerte de Jesús.
Eusebio de Cesarea ha reunido informaciones de valor para la investigación en sus noticias de la Historia eclesiástica referidas a las Memorias de Hegesipo. Así expresa:
«El mismo autor describe además incluso las sectas que hubo en otro tiempo entre los judíos, diciendo: “Existían diferentes opiniones en la circuncisión, entre los hijos de los israelitas, contra la tribu de Judá y contra el Cristo, a saber: esenios, galileos, hemerobautistas, marboteos, samaratinos, saduceos y fariseos”» (H.E. IV, 22, 7). Es decir, para Hegesipo un judeocristiano familiarizado con el medio cultural palestino es una realidad que no llama la atención la existencia de diversas corrientes religiosas con sus correspondientes doctrinas en el medio judaíco. Para Justino, en cambio, viniendo del Oriente, pero inserto en el medio romano monárquico del Obispo Higinio en adelante, es, en cambio, un escándalo la existencia de una diversidad de corrientes en una religión y sabe que el fariseo con el que discute le dará la razón en este enfoque, puesto que el punto de partida de la disciplina interpretativa única e incluso de un canon normativo de escrituras que la apoye, proviene del judaísmo rabínico, por eso puede explayarse de acuerdo ante Trifón:
«Porque los que se llaman cristianos, pero son realmente herejes sin Dios y sin piedad, ya te he dicho que sólo enseñan blasfemias, impiedades e insensateces…Y si vosotros habéis tropezado con algunos que se llaman cristianos y no confiesan eso, sino que se atreven a blasfemar del Dios de Abrahán y de Isaac y de Jacob, y dicen que no hay resurrección de los muertos, sino que en el momento de morir son sus almas recibidas en el cielo, no los tengáis por cristianos; como si se examina bien la cosa, nadie tendrá por judíos a los saduceos y sectas semejantes de los genistas, meristas, galileos, helenianos, fariseos u baptistas…, sino por gentes que se llaman judíos e hijos de Abrahán, pero que sólo honran a Dios con los labios» (Diálogo con Trifón 80, 3-4).
Entonces debe entenderse llanamente lo escrito por Eusebio poco antes del párrafo que se ha citado, en relación con el sacerdote Tibutis y el origen de las herejías cristianas en Palestina, porque dice:
«El mismo Hegesipo nos explica los comienzos de las herejías de su tiempo en estos términos: “Y después que Santiago el Justo hubo sufrido el martirio, lo mismo que el Señor y por la misma razón, su primo Simeón, el hijo de Clopás, fue constituido obispo. Todos lo habían propuesto, por ser el otro primo del Señor. Por esta causa llamaban virgen a la iglesia, pues todavía no se había corrompido con tradiciones vanas. Mas fue Tibutis, por no haber sido él nombrado obispo, quien comenzó a corromperla, partiendo de las siete sectas que había en el pueblo, de las cuales también él formaba parte. De ellas salieron Simón –de ahí los simonianos-, Cleobio –de donde los cleobinos-, Dositeo –de donde los dositianos-, Gorteo –de donde los goratenos-, y los masboteos. De éstos proceden los menandrianitas, los marcianitas, los carpocratianos, los valentinianos, los basilidianos y los saturnilianos. Cada uno de éstos introdujo su propia opinión por caminos propios y diferentes» (H.E. IV, 22, 4-5).
Entre los herejes de la segunda generación se hacen presentes los seguidores de Menandro, los de Marción, los de Carpócrates, los de Basílides, los de Valentín y los de Saturnino. Hegesipo en su actividad de heresiólogo judeocristiano visitó Roma en los años del episcopado de Aniceto (155-166) buscando confirmar la lucha contra las herejías en cotejo con el trabajo personal que él realizaba. En Roma esta actividad se encontraba fortalecida, puesto que en el 144 Pío I (142-155) –hermano de Hermas el autor del Pastor-- preside el sínodo de presbíteros que expulsó a Marción de Roma después de la tentativa frustrada de sobornar a esta iglesia con una poderosa dádiva. Higinio, su antecesor (138-142) y aficionado a la filosofía, había llamado a Roma a Justino filósofo de profesión y autor de un tratado Contra todas las herejías, algunos de cuyos materiales ha usado en la Apología I y II y en el Diálogo con Trifón, no debe resultar extraño que la segunda parte de la noticia de Hegesipo dependa de materiales conseguidos en Roma. Sabemos que Basílides (90-165) enseñó en Antioquía y después en Alejandría y Valentín (100-175) entre Alejandría, Roma y de nuevo Alejandría. Con estas puntualizaciones se quiere decir que la primera parte de la información de Hegesipo sobre las herejías cristianas se remonta del 63 en adelante y que con anterioridad a la elección de Simón y la protesta de Tibutis, la comunidad de Jerusalén era “virgen” porque las naturales diferencias en su seno convivían sin sobresaltos agudos y fue Tibutis el que comenzó a corromper a las tendencias y con esta actividad se destruyó el equilibrio. Los riesgos provenían de afuera por las dificultades de diálogo con la jerarquía sacerdotal del Templo y los escribas y las dificultades que creaba el peculiar mesianismo de Pablo, pero ambos factores no influían en la diversidad una. Lo más interesante es advertir que antes del año 62 las corrientes internas de los judeocristianos convivían pacíficamente, y probablemente también admitiendo diferentes niveles de comprensión de las verdades religiosas, por eso, Santiago es tanto tomado como guía por la corriente profunda como por la judeocristiana petrina y ebionita. Posteriormente pierde relieve en la tradición paulino-petrina, dejándosele el liderazgo institucional a Pedro (Mt 16, 17-19) y asumiendo Pablo la interpretación teológica doctrinal. Pero lo expresado no sólo ha sucedido con la doctrina, teológica y filosófica, sino asimismo con el movimiento ritual.
6. Conclusión
En la actualidad los descubrimientos arqueológicos en relación con los trabajos de investigación de la Orden de los Franciscanos en el lugar del Santo Sepulcro que incluye su estructura arquitectónica total, ha abierto nuevas pistas, sobre las que la literatura judeocristiana del ciclo de las Vida de Adán y Eva habla con insistencia, aunque era difícil descubrir sus claves. En el presente, sin embargo, los orígenes de esta enseñanza se enlazan y pueden rastrearse en tradiciones orales de cristianos palestinenses que giran en torno a la tumba de Jesús y al Calvario, en cuyo costado oriental descubren los actuales trabajos arqueológicos los vestigios de la “cueva de Adán” o “la cueva de los tesoros”, regada y vivificada con la sangre redentora de Cristo, según sostienen las leyendas sobre la Vida de Adán. La caverna referida dio refugio a Adán y Eva después de su expulsión del Paraíso, aquí trajo Adán las especias (mirra, incienso, oro) que tomó del Paraíso o sus proximidades para ofrecerlos como dones dignos a Dios y ser salvado en la hora de su muerte. En este lugar fue enterrado según los ritos queridos por Dios con la ayuda de Eva y Set para ser recibido en la gloria. También fueron aquí inhumados Abel y los patriarcas e incluso Adán fue reinstalado por los hijos de Noé –descendientes de Set-- cuando concluyó el diluvio. El Gólgota es el centro del mundo, “tierra sagrada”, en la que coinciden el sitio de la creación del primer hombre, su sepultura y el sacrificio supremo del segundo Adán que redime a la humanidad. Este conjunto de virtualidades es transmitido por una literatura prolífica sobre Adán y los ritos que cumplió (El combate de Adán, la Vida de Adán y Eva, El testamento de Adán, La cueva de los tesoros) que ha circulado muy tempranamente desde Palestina hasta Siria, Grecia, Armenia y el mundo de habla latina. También se han conservado restos en la iconografía bizantina y posterior. Estas informaciones han llegado asimismo como un eco a Julio Africano, a Tertuliano y también a Orígenes quien escribe en su Comentario a Mateo XXVII, 33: «El Calvario era el lugar en donde debía morir aquel que moría por todos los hombres; porque una tradición me enseña que el cuerpo del primer hombre fue sepultado en el lugar en el que Jesús fue crucificado». Y un manuscrito griego anónimo glosa del siguiente modo el pasaje de Orígenes: «Sobre el lugar del Calvario nos ha llegado una tradición de los hebreos –léase judeocristianos-- según la cual el cuerpo de Adán está enterrado alli». Estas leyendas han sido conocidas asimismo por los primeros cruzados, quienes han estado en la misma cueva –dos monedas de cruzados se han encontrado en el sitio arqueológico, la última con acuñación de 1187, el año del asedio de Saladino--. Los cruzados estuvieron íntimamente movidos por su interés en el complejo de la basílica del Santo Sepulcro, destruido por el demente califa al-Hakim en 1009, un fervor que se basaba en el fin espiritual del sentido sagrado de la peregrinación a los santos lugares y la transformación de la Jerusalén terrestre en celeste, y que rescatado en 1099 con la toma de Jerusalén, incluso llegaron a restaurar la Capilla de Adán en 1130 –es cierto que como un sucedáneo--, recuperada por el Patriarca Modesto a comienzos del siglo VII. En ese año, efectivamente, los cruzados inician los trabajos de una nueva basílica sobre el Santo Sepulcro y descubren la capilla de Adán construida por el Patriarca mencionado. Conocían la leyenda de Adán sepultado en el Gólgota y construyen la capilla al lado occidental, un esfuerzo que, sin embargo, conserva oculta la primitiva cueva. Parecía después de siglos que se sentían impulsados por lo expresado por El combate de Adán al referir este espacio sacro como el núcleo de todo lugar de peregrinación cristiana: «Y yo convertiré este sitio en un lugar santo…y favoreceré con grandes gracias a quienes vengan aquí» (Cód. Etiópico, Col. 371). Textos ilustrativos sobre esta temática pueden ser fácilmente abordados y ampliados: «El agua de la vida que tú solicitas no se te concederá hoy, sino el día en el que yo derramaré mi sangre sobre tu cabeza, en tierra del Gólgota, porque mi sangre se convertirá para ti en aquel momento en la verdadera agua de Vida y también para todos tus descendientes que creerán en mí», según registra El combate de Adán, en col. 313. Y se pueden seguir citando y glosando otros testimonios de esta misma literatura: «El Señor le ordenó a Adán permanecer en una cueva que es la “Cueva de los tesoros”»; «En el país al que nos dirigimos, el Verbo de Dios descenderá, y sufrirá, y será crucificado en el lugar donde va a ser colocado mi cuerpo, de tal suerte que mi cráneo será regado con su sangre». «La roca se abrió como una puerta, arrebató el cuerpo (de Adán), y ella misma se cerró y volvió al estado anterior». Estos pasajes deben ser puestos de relieve, porque en el lugar por ellos aludido se celebró precisamente una liturgia elemental, sobre la muerte y resurrección de Cristo. Un acontecimiento sobre el que se pueden agregar otras aclaraciones. Ya que se dice que a causa del diluvio el cuerpo de Adán fue transportado desde el lugar de su primera y antigua inhumación por Noé al arca. Sin embargo, pasado el diluvio y muerto Noé, su hijo Sem, por orden de su padre y ayudado por Melquisedec -“sacerdote del Dios altísimo” –Gn, 14,18-- e hijo de Malak, devolvió el cuerpo de Adán a la cueva, y una vez enterrado, Melquisedec es consagrado sacerdote para velar el cuerpo de Adán. A partir de ese momento concluyen los sacrificios de animales y Melquisedec ofrecerá sólo una ofrenda de pan y vino en la misma gruta en donde está sepultado Adán, sobre el altar allí construido con este fin, es decir, para que ejerza de sacerdote eternamente ante el cuerpo de Adán. De lo manifestado últimamente da cuenta la Cueva de Adán bajo la forma de un midraś: «Aquel que permanezca entonces, tomará tu cuerpo, lo trasladará y lo pondrá donde yo te mostraré, en el centro de la tierra, 12. porque allí tendrá lugar tu redención y la de todos tus hijos. 14. Después de que Adán y Eva salieran del Paraíso, la puerta del Paraíso se cerró. Cuando pecaron, puso sobre ella al querubín de la espada punzante para que Adán y Eva no pudieran entrar. 15. Descendieron por el impulso de los vientos a través de las montañas del Paraíso y encontraron una cueva en la montaña. 16. Entraron a cobijarse en ella. 17. Al entrar Adán y Eva eran célibes. Adán quiso tener trato carnal con Eva y entonces tomó oro, mirra e incienso de las orillas del Paraíso, los puso dentro de la cueva de los tesoros y la bendijo y la santificó para que fuese la casa de oración de él y de sus hijos. La llamó “cueva de los tesoros”. 18. Adán y Eva descendieron desde aquella montaña santa hasta sus bordes inferiores y allí Adán tuvo trato carnal con Eva. 19. Concibió y dio luz a Caín y a Levuda, su hermana, con él, gemelos en un solo vientre. 20. De nuevo concibió y dio a luz a Abel y a Quelimta, su hermana, en un solo vientre» (cap. V 11-19, pp. 98-99).
--«11. En cuanto muera, embalsamadme con mirra, incienso y estoraque y ponedme en la cueva de los tesoros. 12. Ha de suceder que aquel que permanezca de entre todas vuestras generaciones en otro tiempo, cuando tenga lugar vuestra salida de las estribaciones del Paraíso, tomará mi cuerpo con él, lo transportará y lo pondrá en el centro de la tierra, 13 porque allí se cumplirá para mí y para todos mis hijos la redención. 14 Set, hijo mío, sé tú el guía de los hijos de tu pueblo. Guíalos pura y santamente en todo el temor de Dios. Ordena separar vuestras generaciones de la descendencia de Caín, el asesino» (cap. VI 11-14, p. 101).
--«13. Sem [uno de los hijos de Noé] tomó el cuerpo de Adán y a Melquisedec y por la noche salió de la casa de los hijos de su pueblo. 14. He aquí que el ángel del Señor se le apareció caminando delante de ellos. Su camino no tuvo dificultad porque el ángel del Señor los confortó hasta que llegaron a aquel lugar. 15. Cuando llegaron al Gólgota, que está en el centro de la tierra, el ángel le señaló a Sem aquel lugar. 16. Y cuando Sem puso el cuerpo de nuestro padre Adán sobre aquel lugar, los cuatro puntos cardinales, uno a uno, se separaron y la tierra se abrió en cruz. Inmediatamente después de que Sem y Melquisedec pusieran allí el cuerpo de Adán, los cuatro puntos cardinales corrieron, se pararon unos frente a otros y abrazaron su cuerpo. Inmediatamente se cerró la puerta de aquel lugar. 18. Y aquel lugar fue llamado “Calavera”, porque en él se puso la cabeza de todos los hombres, “Gólgota”, porque es redondo, “Rećifta”, porque allí fue machacada la cabeza del cruel Satán, y “Guefifta”, porque en él todas las naciones serán reunidas. 19. Sem dio orden a Melquisedec y le dijo: “Sé tú el sacerdote del Dios Altísimo, porque Dios te ha elegido sólo a ti para que sirvas ante él puramente en este lugar. 20. Por lo tanto, quédate aquí siempre y no te apartes de este lugar durante todos los días de tu vida. No tomarás mujer, no te cortarás el pelo, la sangre nunca se derramará en este lugar y aquí no ofrecerás fieras ni aves, sino que siempre ofrecerás pan y vino. 23. El ángel del Señor descenderá continuamente a tu lado”. 24. Sem abrazó y besó a Melquisedec, Sem fue bendecido por él y Sem regresó junto a sus hermanos. 25. Malak, el padre de Melquisedec y Yozadac, su madre, preguntaron a Sem qué donde estaba el joven. Sem dijo: “Murió a mi lado en el camino y lo enterré”. Al escuchar aquello se lamentaron grandemente por él» (cap. XXIII 13-25, pp. 130-131).
De este modo aparece el establecimiento de un culto cristiano en relación con la muerte y resurrección de Cristo en una práctica ritual de los judeocristianos que consideran también, según los Reconocimientos clementinos I, 30, que Sem, el hijo mayor de Noé: «Recibió en suerte como lugar de residencia el que está en medio de la tierra, en el cual está la región de Judea». De esta manera estos judeocristianos palestinenses reconstruyen con una nueva interpretación más acorde con el cristianismo la ubicación de la leyenda del templo construido sobre el monte Moria –lugar del sacrificio de Isaac-- trasladándolo de aquí al Calvario en donde el mismo Jesucristo –quien ha superado el antiguo Templo por el propio de su persona-- ha bajado al infierno y ha resucitado. Y en este lugar se ha practicado por los seguidores y familiares inmediatos en el nombre de Jesús el primer culto cristiano hasta la tercera generación, porque discípulos y familiares siguieron reunidos en Jerusalén hasta la elección de Simeón ben Klopás después del martirio de Santiago, como hemos comprobado. El primer culto cristiano ha sido coherentemente celebrado por creyentes de Jesús judeocristianos en una gruta, en la que Cristo mismo como iniciador del nuevo culto lo ha instaurado y es el altar, la roca de la que brota el agua y la vida que devuelve la vida a Adán. Los trabajos sobre la “Cueva de Adán” cuya puerta se conserva en la cara oriental del Calvario, emplazada debajo del lugar en donde se levantó la cruz en la que murió Jesús y tradicionalmente indicada como el lugar de enterramiento y resurrección del Salvador en el que asimismo fue enterrado Adán, es el espacio sagrado de culto más antiguo del cristianismo y así era admitido por la iconografía bizantina. Las visitas posteriores de caballeros cruzados y todo un conjunto literario que conservó una leyenda judeocristiana que cambió la devoción del monte Moria por el del monte Calvario en donde Jesús el Cristo se entregó plenamente a la voluntad del Padre rescatando con su actitud como segundo Adán al padre de la humanidad y a toda ella caída por su falta, como se lo había prometido Dios Padre en el comienzo de la historia cósmica. La loza incrustada en una de las paredes allí encontrada con el dibujo de una cruz rodeada de un círculo o “cruz pleromática”, estaría indicando que en este lugar los primeros cristianos pertenecientes a una comunidad judeocristiana todavía no dividida ofrecían la acción de gracias al Padre eterno y a su Hijo por la entrega incondicionada de éste a la voluntad de su Padre de modo que su gracia misericordiosa inundara a todos los hombres. La ofrenda ofrecida, además, debía ser de pan y vino, puesto que fueron las especies que el joven Melquisedec, el hijo de Malak, entregado libremente por sus padres para que acompañara a Sem a transportar los restos de Adán desde el Arca al centro del mundo de donde había sido sacado su cadáver, llevaba para su subsistencia. Todo lo demás escrito al respecto, lo enseñado por el autor de la Epístola a los hebreos en torno al año 70, no son más que variaciones paulinas en torno a motivos teológicos del propio Pablo que versan sobre el mismo tema.
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7. Bibliografía y notas
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- La cueva de los tesoros, int., trad. y notas de P. González Casado, Ciudad Nueva, Madrid, 2004.
- F. Díez Fernández, El Calvario y la Cueva de Adán. El resultado de las últimas excavaciones en la Basílica del Santo Sepulcro, Instituto Bíblico y Oriental-Verbo Divino, Estella (Navarra), 2004.
-F. García Bazán, Jesús el Nazareno y los primeros cristianos. Un enfoque desde la historia y la fenomenología de las religiones, Lumen, Buenos Aires, 2006, capítulos III y IX.
-F. García Bazán, El gnosticismo: esencia, origen y trayectoria, Ed. Guadalquivir, Buenos Aires, 2009, Cap. VII.
- F. García Bazán, La Biblioteca gnóstica de Nag Hammadi y los orígenes cristianos, El Hilo de Ariadna, Buenos Aires, 2013.
- F. García Bazán, El papado y la historia de la Iglesia, EL Hilo de Ariadna, Buenos Aires, 2014, caps. I y IV.
-Larry W. Hurtado, Señor Jesucristo. La devoción a Jesús en el cristianismo primitivo. Ediciones Sígueme, Salamanca 2008, 187-254.
-J.-P. Lémonon, Los judeocristianos: testigos olvidados, Verbo Divino, Estella (Navarra), 2007.
-É. Nodet-J. Taylor, Essai sur les origines du christianisme, Cerf, París, 22002.
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- X. Picaza, F. Torres y otros, Diccionario de Pensadores Cristianos, Editorial Verbo Divino, Estella (Navarra), 2010.
- A. F. Segal, Paul the Convert. The Apostolate and Apostasy of Saul the Pharisee, Yale University Press, New Haven & London, 1990.
-F. Stanley Jones, «The Pseudo-Clementines», en Matt Jackson-McCabe, Jewish Christianity Reconsidered, Fortress Prees, Minneapolis, 2007, pp. 285-304. -304.
1 Comparar Gál. 2, 1-11 con Hcho 15.
2 Cfr. F. García Bazán, El gnosticismo: esencia, origen y trayectoria, Guadalquivir, Buenos Aires, 2009, 131-133.
3 Cfr. Lc 24, 13ss, “los discípulos de Emaús”.
4 Cfr. El gnosticismo: esencia, origen y trayectoria, p. 134.
5 Cfr. Alan F. Segal, Paul the Convert. The Apostolate and Apostasy of Saul the Pharisee, Yale University Press, New Haven & London, 1990.
6 4, 36, 4-5 (A. Schneider, p. 308).
7 Mt 1, 18 y 20 y 3, 16-17; Ev. de los hebreos, fr. 28 y 41.
8 Ev. de los hebreos fr. 29; Ev. de Pedro IV, 10; V, 19.
9 pp. 87-88 (Ev. de los hebreos, fr. 28).
10 p. 385 (Ev. de los ebionitas, fr. 6; Ev. de los hebreos, fr. 34.
11 Ver la Carta de Pedro a Santiago que sirve de prólogo al escrito básico de los textos pseudoclementinos. Este estrato de creencias independiente de influencias paulinas, que no excluye la necesaria presencia de cristianos gentiles es discernible en los escritos pseudoclementinos, Reconocimientos y Homilías que se apoyan en una historia novelada redactada por un autor cristiano sirio de comienzos del siglo III, Los viajes de Pedro, escrito de base de orientación judeocristiana en el que se encuentran asimismo ecos del Libro de Elcasai y de un escrito de la misma naturaleza sobre los Ascensos de Santiago (al Templo). Es digno de atender que en este testimonio subyacente al escrito de base han subsistido claros elementos antipaulinos en relación al conflicto entre Santiago y Pablo. Las noticias se orquestan en ocasión de los diálogos de los discípulos del Señor con Caifás y los sumos sacerdotes siete días después de la muerte de Jesús, la “ascensión de Santiago” al Templo para ser oído por la multitud, su enseñanza durante siete días y la aparición de Saulo (homo inimicus) quien con sus seguidores alborota a la muchedumbre y causa la precipitación de Santiago desde los escalones del Templo, sin que llegue a morir --Rec. I, 66, 1-71, 6, esp. I, 69, 8- 70, 2, 6-8 y 71,3-4 (pp. 135-140)--.
12 Al capítulo IV y a lo allí expuesto nos remitimos.