RAZONES PARA ESTUDIAR Y AMAR LOS PADRES

Autor: José Juan García

Índice

1-   Introducción

2-   ¿Qué son? ¿Qué representan los Padres?

3-   ¿Qué ofrecen? ¿Qué riqueza aportan?

4-   ¿Cuál es camino? El Método Teológico

5-   Palabras Finales

6-   Bibliografía

 

 

1- Introducción

Estudiar los Santos Padres es como navegar por amplios mares: horizontes casi infinitos, mareas de datos, ideas zigzagueantes, puerto seguro al final de la búsqueda. Los Padres, testigos privilegiados y artífices de la Tradición, bebieron como de su principal río, de las amplias aguas de la Sagrada Escritura. Pero no conformaron un biblicismo cerrado, sino que se fueron abriendo al pensamiento filosófico y literario de la época. Fueron conformando la “teología” como ciencia, es decir el creer para entender y el entender para creer.

Para estudiar y amar a los Padres, se requiere de una actitud del espíritu de quien investiga sobre la Revelación en su contexto y su evolución histórica. Me atrevo a decir, es una suerte de superación de la mera exégesis de las Escrituras como un fenómeno cerrado y a-histórico. Lo mismo se puede decir del estudio del dogma. Porque suponemos, que la teología no consiste en la necesaria hermenéutica de los textos sagrados; pero es una superación de la sola Scriptura como principio subyacente, en que la teología quedaría reducida a una hermenéutica bíblica que termina siendo diversa, y, por tanto, en último término incierta.

Es verdad que muchos Padres fueron a su vez exégetas, pero la diferencia está en la mediación histórica que significa su propia interpretación. Una mediación inmersa en la vida en sociedad del pueblo cristiano de su época, una mediación viva, que el patrólogo a su vez interpreta a la luz de la Revelación, si es teólogo. Aunque hay, por cierto, muchos puntos de partida para el estudioso de la patrística, no solo teológica ni filosófica. La evaluación del contexto social de la Iglesia induce a valorizar, teológica, filosófica y culturalmente la palabra de quienes fueron gestores principales de su devenir post-apostólico. Por tanto, protagonistas del devenir primigenio, creativo, de su historia como pueblo de Dios. Los Padres, dice de Henri du Lubac, son “nuestros padres en la fe, y quienes han recibido de la Iglesia de sus tiempos de qué nutrir todavía a la Iglesia de nuestro tiempo entre nosotros”[1].

Nos adentramos ahora en algunos puntos clave del “ser” y “quehacer” de los Padres.

 

2- ¿Qué son? ¿Qué representan los Padres?

El Magisterio ha atribuido a los Padres el ser testigos privilegiados de la Tradición. En la corriente de la Tradición viva, que desde los comienzos del cristianismo y continúa a través de los siglos hasta nuestros días, ellos ocupan un lugar especial, que los hace diferentes respecto de los demás protagonistas de la historia del cristianismo. Son ellos, en efecto, los que delinearon las primeras estructuras de la Iglesia junto con los contenidos doctrinales y pastorales que permanecen válidos para todos los tiempos. Y al hacerlo, se convirtieron en algo más que “testigos”: fueron artífices. Sí, de alguna manera y cada uno con aporte, ayudaron a construir la memoria viva de la Iglesia, que es la Tradición.

Siendo así protagonistas y testigos, los visibilizamos como cercanos a la pureza de los orígenes de la fe; algunos de ellos fueron testigos de la Tradición apostólica, fuente de la que la Tradición trae su origen; especialmente a los de los primeros siglos se les puede considerar como autores y exponentes de una tradición "constitutiva", la cual se tratará de conservar y desarrollar continuamente en épocas posteriores. En todo caso los Padres han transmitido lo que recibieron, "han enseñado a la Iglesia lo que aprendieron en la Iglesia".

Históricamente, la época de los Padres es el período en el que se dan los primeros pasos en la vida de la Iglesia, que pugna por ser una comunidad organizada. Fueron ellos los que fijaron el "Canon completo de los Libros Sagrados", los que compusieron las profesiones básicas de la fe ("regulae fidei"), precisaron el depósito de la fe en confrontaciones con las herejías y la cultura de la época, dando así origen a la teología. Además, son también ellos, los que pusieron las bases de la disciplina canónica ("statuta patrum"), y crearon las primeras formas de la liturgia, que permanecen como punto de referencia obligatorio para todas las reformas posteriores. Con sus Homilías y Cartas, se constituyeron en los autores de la primera catequesis cristiana.

Otro tema a tener en cuenta: respetaron y valoraron la unidad en la diversidad. La Tradición de la que los Padres son testigos y artífices, es una Tradición viva, que demuestra la unidad en la diversidad y la continuidad en el progreso. Esto se ve en la pluralidad de familias litúrgicas, de tradiciones espirituales, disciplinarias y exegético-teológicas existentes en los primeros siglos (por ejemplo, las escuelas de Alejandría y de Antioquía).

La Tradición no es un bloque monolítico fijo, esclerotizado, sino un organismo pluriforme y lleno de vida. Es una praxis de vida y de doctrina que conoce, por una parte, también dudas, tensiones, incertidumbres y, por otra, decisiones oportunas y valientes, revelándose de gran originalidad y de importancia decisiva.

Seguir la Tradición viva de los Padres no significa agarrarse al pasado en cuanto tal, privilegiando sólo una época de la historia del cristianismo, sino adherirse con sentido de seguridad y libertad de impulso en la línea de la fe, manteniendo una orientación constante hacia lo fundamental; lo que es esencial, lo que permanece y no cambia.

Los Padres son, pues, testigos y garantes de una auténtica Tradición católica y, por tanto, su autoridad en las cuestiones teológicas fue y permanece siempre significativa. Cuando ha sido necesario aclarar alguna controversia o desviación de determinadas corrientes de pensamiento, la Iglesia siempre se ha remitido a los Padres como garantía de verdad. Varios Concilios, como por ejemplo los de Calcedonia y Trento, comienzan sus declaraciones solemnes con alusión a la tradición patrística, usando la fórmula: "Siguiendo a los santos Padres ... etc.".


En el Concilio Tridentino y en el Vaticano se estableció explícitamente el principio de que el unánime consenso de los Padres constituye una regla cierta de interpretación de la Escritura, principio éste que ha sido siempre vivido y practicado en la historia de la Iglesia y que se identifica con el de la normatividad de la Tradición formulada por Vicente de Lerín e, incluso antes, por San Agustín.


Siempre hablamos del “impacto contemporáneo” de los Padres. Sus ejemplos y enseñanzas fueron estudiados y valorados en el Concilio Vaticano II, y precisamente gracias a ellos, la Iglesia adquirió una conciencia más viva de sí misma, y especificó el camino seguro, en especial, para la renovación litúrgica, para un eficaz diálogo ecuménico y para el encuentro con las religiones no cristianas, haciendo fructificar en las actuales circunstancias el antiguo principio de la unidad en la diversidad y del progreso en la continuidad de la Tradición.


3- ¿Qué ofrecen? ¿Qué riqueza aportan?

Los escritos patrísticos se distinguen no sólo por la profundidad teológica, sino también por los grandes valores culturales, espirituales y pastorales que contienen. Con la fe, transmiten también contenidos humanistas que todos reconocen. Incluso con personas que no comparten la fe, pero reconocen valores culturales y espirituales que resisten el paso del tiempo.


Los Padres latinos, griegos, sirios, armenios ... además de contribuir al patrimonio literario de sus respectivas naciones, son como clásicos de la cultura cristiana que, fundada y construida por ellos, lleva por siempre la señal de su paternidad. A diferencia de las literaturas nacionales que expresan y plasman el genio de cada pueblo, el patrimonio cultural de los Padres es verdaderamente "católico", universal, porque enseña cómo llegar a ser y comportarse como hombres rectos y auténticos cristianos. Por su vivo sentido de lo sobrenatural y por su discernimiento de los valores humanos en relación con lo específicamente cristiano, sus obras han sido en los siglos pasados un instrumento excelente de formación para generaciones de presbíteros y permanecen indispensables para la Iglesia de hoy.


Desde el punto de vista cultural, es muy importante el hecho de que no pocos Padres recibieron una buena formación en las disciplinas de la antigua cultura griega y romana, enriqueciendo con ellas sus tratados, sus catequesis y predicaciones. Ellos, imprimiendo a la antigua cultura humanista clásica el sello cristiano, fueron los primeros en establecer el puente entre el Evangelio y la cultura profana.


Gracias a su magisterio, muchos cristianos de los primeros siglos tuvieron acceso a las diversas esferas de la vida pública y el cristianismo pudo valorizar cuanto de válido se encontraba en el mundo antiguo (“semillas del Verbo”), purificar lo que allí había de imperfecto y contribuir, por su parte, a la creación de una nueva cultura inspirada en el Evangelio. Lo antiguo dejaba paso a lo nuevo y perenne. La naturaleza, el azar o el oráculo ya no serían dueñas de la libertad humana; ésta bajo el impulso de la Gracia divina, desplegaría alas lejos de cualquier determinismo.


Muchos Padres habían vivido en el paganismo, como san Agustín, y luego se convirtieron; el sentido de la novedad de la vida cristiana se unía en ellos a la certeza de la fe. Por eso brotaba en las comunidades cristianas de su tiempo un fervor misionero, un clima de amor ferviente que llevaba al heroísmo de la vida diaria personal y social, especialmente con la práctica de las obras de misericordia, limosnas, cuidado de los enfermos, de las viudas, de los huérfanos, estima de la mujer, del pobre y de toda persona humana, respeto y generosidad en el trato a los esclavos, libertad y responsabilidad frente a los poderes públicos, defensa y sostén de los pobres y oprimidos, y con todas las formas del testimonio evangélico requeridas por las circunstancias de lugar y tiempo, llevado, incluso, hasta el sacrificio del martirio. Se sentían así, comprometidos en la tarea pastoral de su época, uniendo al rebaño en una sola fe y comunidad.


Con una conducta inspirada en las enseñanzas de los Padres, los cristianos se distinguían del mundo pagano circundante, manifestando su novedad de vida nacida de Cristo en el abrazar los ideales ascéticos de la virginidad "propter regnum coelorum", en el desprendimiento de los bienes terrenos, en la penitencia, en la vida monástica, eremítica o comunitaria, en la línea de los "consejos evangélicos" y en la vigilante espera de Cristo que viene.

Algunos llegaron a ser defensores de la ortodoxia y puntos de referencia para los demás obispos del mundo católico, como por ejemplo, Atanasio en sus controversias antiarrianas o Agustín en las antipelagianas, encarnando de algún modo la conciencia viva de la Iglesia creyente.

4- ¿Cuál es camino? El Método Teológico

El proceso de inserción del cristianismo en el mundo de la cultura antigua, y la necesidad de definir los contenidos del misterio cristiano frente a la cultura pagana y a los disensos, estimularon a los Padres a explicar racionalmente la fe con la ayuda de las categorías de pensamiento mejor elaboradas por las filosofías de su tiempo, especialmente por la rica filosofía helenística. Ésta se alzaba como victoria contra el Mito, pues “daba razones”, argumentaba. Una de sus tareas históricas más importantes fue dar vida a la ciencia teológica, y crear para su servicio algunas coordenadas y normas de procedimiento, que se han revelado valederas y eficaces incluso para los siglos posteriores, como demostraría en su obra Santo Tomás de Aquino, fidelísimo a la doctrina de los Padres.

En esta actividad de teólogos se perfilan en los Padres algunas actitudes y momentos particulares que tienen gran interés y que es preciso tener presente.

Ante todo, los Padres son primero y esencialmente comentadores de la Sagrada Escritura. En este trabajo es verdad que, desde nuestro actual punto de vista, su método presenta ciertos límites que no se pueden negar. Ellos no conocían ni podían conocer los recursos de orden filológico, histórico, antropológico-culturales ni temáticas de investigación, de documentación, de elaboración científica que están a disposición de la exégesis moderna, y, por lo tanto, una parte de su trabajo exegético puede considerarse caduco. Pero a pesar de ello, sus méritos para una mejor comprensión de los Libros Sagrados son incalculables. Ellos permanecen para nosotros verdaderos maestros y se puede decir superiores, bajo tantos aspectos, a los exegetas del medioevo y de la edad moderna por una especie de suave intuición de las cosas celestiales, por una admirable penetración del espíritu en los pliegues de la palabra divina.

El ejemplo de los Padres puede, enseñar a los exegetas modernos un acercamiento verdaderamente religioso a la Sagrada Escritura, como también una interpretación que se atiene constantemente al criterio de comunión con la experiencia de la Iglesia, la cual camina a través de la historia guiada por el Espíritu Santo. Cuando estos dos principios interpretativos, religioso y específicamente católico, vienen olvidados, los estudios exegéticos modernos resultan a menudo empobrecidos.


La Sagrada Escritura era para ellos objeto de veneración, fundamento de la fe, tema constante de la predicación, alimento de la piedad, alma de la teología. Defendieron siempre el origen divino de ella, la inerrancia, la normatividad, la inagotable riqueza de vigor para la espiritualidad y la doctrina. Baste recordar aquí lo que escribía San Ireneo sobre las Escrituras: ellas "son perfectas, porque son dictadas por el Verbo de Dios y por su Espíritu", y los cuatro Evangelios son "el fundamento y la columna de nuestra fe".

La veneración y la fidelidad de los Padres en relación con los Libros Sagrados va pareja con su veneración y fidelidad a la Tradición. Ellos no se consideran dueños sino servidores de la Sagrada Escritura, recibiéndola de la Iglesia, leyéndola y comentándola en la Comunidad. El mismo Orígenes, que estudió con tanto amor y pasión las Escrituras y tanto trabajó para su comprensión, declara abiertamente que deben ser creídas como verdades de fe solamente aquellas que en ningún modo se alejan de la "Tradición eclesiástica y apostólica", haciendo con esto, de la Tradición, la norma de interpretación de la Escritura. San Agustín más tarde, que ponía sus "deleites” en la meditación de la Escritura, enuncia este principio sencillo, que se refiere también a la Tradición; "No creería en el Evangelio si a ello no me indujese la autoridad de la Iglesia Católica".

Por tanto el Concilio Vaticano II, cuando declaró que "la Tradición y la Sagrada Escritura constituyen un único sagrado depósito de la palabra de Dios confiado a la Iglesia", no hizo otra cosa sino confirmar un antiguo principio teológico, practicado ya por los Padres. Este principio, que iluminó y dirigió su entera actividad exegética y pastoral, permanece ciertamente válido también para los teólogos y pastores de hoy. De ello se deduce concretamente que el retorno a la Sagrada Escritura, que es una de las características mayores de la actual vida de la Iglesia, debe ir acompañado de la vuelta a la Tradición atestiguada por los escritores patrísticos, si buscamos mejores frutos aún.

Otra característica importante y actualísima del método teológico de los Padres es que ofrece luz para comprender mejor según qué criterios la fe, teniendo en cuanta la filosofía y el saber de los pueblos, puede encontrarse con la razón. Ellos, en efecto, de la Escritura y de la tradición adquirieron una clara conciencia de la originalidad cristiana, esto es, la firme convicción de que la enseñanza cristiana contiene un núcleo esencial de verdades reveladas que constituyen la norma para juzgar lo más razonable y evitar el error.

La mayor parte de los Padres han acogido esta ayuda con interés, como procedente de la única fuente de la sabiduría, que es el Verbo. Baste recordar a San Justino, mártir, Clemente de Alejandría, Orígenes, San Gregorio Niceno y, en particular, San Agustín, quien en su obra " De doctrina cristiana" trazó para tal actividad un programa: "Si aquellos que son llamados filósofos han dicho cosas que son verdaderas y conformes con nuestra fe ... no sólo no deben inspirar motivo de temor, sino ... deben ser reclamados para nuestro uso ... ¿No es esto, por cierto, lo que han hecho muchos de nuestros buenos fieles... Cipriano ... Lactancio ... Victorino ... Optato, Hilario, por no nombrar más que los ya fallecidos, y en número incontable de los Griegos?".


Gracias al prudente discernimiento de los valores y de los límites escondidos en los pliegues de las diversas formas de la cultura antigua, se abrieron nuevos caminos hacia la verdad y nuevas posibilidades para el anuncio del Evangelio. Instruida por los Padres griegos, latinos, sirios ... la Iglesia, en efecto, desde el comienzo de su historia, aprendió a expresar el mensaje cristiano con los conceptos y en las lenguas de cada pueblo; y procuró ilustrarlo además con el saber popular y las exigencias de los sabios. En otras palabras, los Padres, conscientes del valor universal de la revelación, iniciaron la gran obra de la inculturación cristiana. “Podemos afirmar que el más formidable paso de inculturación, para transformar la antiquitas pagana en antiquitas christiana, lo dará San Agustín”[2]. Más aún, ya no será posible inculturar sin encontrarse con las sublimas páginas del hiponense.


Dentro la Iglesia, el encuentro de la razón con la fe ha dado origen a muchas y largas controversias que han interesado los grandes temas de los dogmas trinitario, cristológico, antropológico, escatológico. En tales ocasiones los Padres, al defender las verdades que atañen a la esencia misma de la fe, fueron los protagonistas de un gran avance en el conocimiento de los contenidos dogmáticos, prestando un valioso servicio al progreso de la teología. Su papel apologético, ejercitado con una consciente solicitud pastoral por el bien espiritual de los fieles, fue un medio providencial para hacer madurar a todo el cuerpo de la Iglesia.


Como decía San Agustín ante el multiplicarse de lo disidentes: "Dios ha permitido su difusión, para que no nos nutriéramos sólo de leche y no permaneciéramos en el estado de la simple infancia", pues cuando, "muchas cuestiones que tocan a la fe son puestas con astuta inquietud por los herejes, para poder defenderlas contra ellos, son estudiadas más diligentemente, de modo que la cuestión propuesta por el adversario llega a ser ocasión de aprender".


Así los Padres llegaron a ser los que emprendieron el método racional aplicado a los datos de la Revelación, y promotores del "intellectus fidei" que forma parte esencial de toda auténtica teología. Su cometido providencial fue no sólo defender el cristianismo, sino también repensarlo en el ambiente cultural greco-romano; encontrar fórmulas y lenguaje nuevos para expresar una doctrina antigua, fórmulas no bíblicas para una doctrina bíblica; presentar, en una palabra, la fe en forma de razonamiento humano, enteramente católico y capaz de expresar el contenido divino de la revelación, salvaguardando siempre su identidad y su trascendencia. Numerosos términos por ellos introducidos en la teología trinitaria y cristológica (por ejemplo, uosio, hypostasis, physis, agenesia, genesis, ekporeusis, etc.) han desempeñado un papel determinante en la historia de los Concilios y han entrado en las formulaciones dogmáticas, siendo componentes de nuestra reflexión teológica.


5- Palabras Finales

Estudiar a los Padres es encontrarse con la experiencia viva de hombres que vivieron su fe y la meditaron; que amaban la Escritura y la hicieron su “tesoro”.

Hay un “nexo vital” entre la Tradición y los problemas más urgentes del momento presente. Gracias a ese acceso a las fuentes, los trabajos de investigación histórica no han quedado reducidos a una mera investigación del pasado, sino que han influido en las orientaciones morales, espirituales y pastorales de la Iglesia del siglo XXI, indicando un camino de futuro. Veamos si no, cómo ha influido la enseñanza de un San Juan Crisóstomo acerca de la ayuda al pobre, en las catequesis y acciones del papa Francisco. Y esto sólo por mencionar un ejemplo. Por eso y mucho más, estudiamos a los Padres de la Iglesia. Ellos explicaron con sus herramientas conceptuales y metáforas, el misterio de Dios y de lo humano.

 

6- Bibliografía

DATTRINO, L., Patrologia, Centro studii “Ut unum sint”, Roma, 1987.

DU LUBAC, H., Catholicisme. Les aspects socieux du dogmes, Paris, 1938

FOSBERY, A. E., La Cultura Católica, Ed. tierra media, Bs. As., 1999, pág. 177.

GARCÍA, J. J. – CARRASCOSA, J. A., Vida y pensamiento. Diálogos en el camino, Editorial UCCuyo, San Juan, 2021.

GROSSI, V., “Spiritalis homo: cuestiones de espiritualidad cristiana en Agustín de Hipona. Colección de Ensayos”, Rev. Augustinus (2017) 246-248, 249-583.

RUIZ BUENO, D., Padres Apostólicos, B.A.C., Madrid, 1974.

 



[1] DU LUBAC, H., Catholicisme. Les aspects socieux du dogmes, Paris, 1938, pág. XIII.

[2] FOSBERY, A. E., La Cultura Católica, Ed. tierra media, Bs. As., 1999, pág. 177.

Última modificación: Thursday, 27 de October de 2022, 11:41