Los Padres de la Iglesia, el Concilio Vaticano II, y el futuro del cristianismo
Índice
1. Introducción
2. Renacimiento de la Patrística
3. Respublica litteratum: debate científico y cultural
4. Idea y práctica del Concilio
5. Llamamiento del Concilio a la valorización de los laicos
6. Alcance del Concilio Vaticano II
7. Cambio de paradigma
8. Conclusión
1. Introducción
Para las generaciones de sacerdotes católicos del siglo XX, el conocimiento de los Padres de la Iglesia coincidió con el Enchiridion patristicum del jesuita Marie Joseph Rouët de Journel, que acompañó la formación de los seminaristas a lo largo del siglo con sus 24 ediciones, desde 1911 hasta 1969. La fecha de la última edición no es una coincidencia. Pocos años después de la clausura del Concilio Vaticano II, corresponde al laborioso inicio de la aplicación de las reformas allí señaladas, que no podían dejar de implicar la formación del clero. En términos más generales, el fin de la parábola editorial de este manual que más que ningún otro había consagrado el uso de citas descontextualizadas de las obras de los Padres para apoyar las afirmaciones teológicas y dogmáticas más diversas, marcó la conclusión de un largo proceso que se inscribía en la tendencia de la Iglesia católica a establecer, tras la represión del movimiento modernista, una nueva relación con la historia en el fenómeno más general del ressourcement y de la actualización, del que ya los historiadores han hablado mucho en relación con los acontecimientos que prepararon el Concilio Vaticano II. Naturalmente, en este proceso, la tragedia de la Segunda Guerra Mundial y sus consecuencias representaron probablemente un empuje decisivo, y los estudios -también de patrística- no podían quedar exentos.
2. Renacimiento de la Patrística
Hay dos momentos fundadores del renacimiento de la comunidad patrística europea después de la Segunda Guerra Mundial: el "Congrès International Augustinien " de septiembre de 1954, cuyos tres volúmenes de actas, publicados bajo el título Augustinus magister, dieron lugar a la Collection des Études Agustiniennes. Carl Andresen, que al año siguiente obtendría una cátedra en Kiel con un estudio todavía fundamental sobre la controversia a distancia entre Celso y Orígenes, dejó un testimonio conmovedor de lo que representó aquella reunión de académicos, jóvenes y mayores: "Cualquier descripción de la situación intelectual del congreso debe tener en cuenta el aspecto exterior de la ciudad del rio Sena, sede de la reunión, donde era posible ver, en cada esquina, placas conmemorativas de los caídos de la résistance francesa. Para los participantes en el congreso, procedentes de todo el mundo, estos memoriaux evocaban un mundo aterrador, bien conocido por muchos de ellos. Todos eran, de un modo u otro, supervivientes, se habían salvado una vez más. Este sentimiento llevó a un deseo de superar los fosos confesionales e ideológicos (...) para tender puentes de una amplitud inesperada. El congreso de París no estuvo dominado por una atmósfera de crisis, sino por el espíritu de un despertar”. En apoyo de esta afirmación, Andresen cita el tono comedido y discreto de las críticas de Henri Irenée Marrou a Wilhelm Kamlah y a su interpretación de De civitate Dei fuertemente marcada por la ideología nazi (no es casualidad que el libro del erudito alemán apareciera en 1940, después de que su autor fuera expulsado de la enseñanza en 1934 por jüdische Versippung, relaciones con los judíos); en referencia a Marrou Andresen concluye: "Después de la catástrofe de la Segunda Guerra Mundial, los Padres de la Iglesia se convirtieron para él en la imagen guía de un humanismo católico de carácter erasmiano", la única salida posible a la "crisis de los tiempos". Al presentar la serie francesa de textos patrísticos Sources chrétiennes, sobre la que yo volveré, el mismo escribía en Le monde en abril de 1958 que esta serie "no tiene que hacer sólo con problemas estrictamente religiosos o sólo dentro del mundo cristiano; es una extraordinaria contribución al progreso y a la vitalidad del humanismo clásico."
Tres años antes del congreso de París, tuvo lugar el otro gran acontecimiento de refundación de la comunidad patrística internacional, que está aún más estrechamente ligado en su dinámica a los acontecimientos del Concilio Vaticano II. Animado por Patrick McLaughlin, un pastor anglicano que más tarde se convirtió al catolicismo, Frank Leslie Cross, desde 1944 hasta 1968 Lady Margaret Professor of Divinity en la Universidad de Oxford, convocó allí en 1951 un encuentro entre estudiosos de los Padres de la Iglesia, con la convicción de que esto ayudaría al desarrollo de las relaciones, no sólo científicas, entre cristianos de diferentes confesiones y países. Sin embargo, a pesar de que se subrayó repetidamente el carácter académico de la reunión, en el último momento los representantes de una de las principales órdenes religiosas de la Iglesia Católica no pudieron asistir, porque las autoridades romanas sospechaban del carácter "criptoecuménico" de la conferencia. La delicadeza con la que Elizabeth Livingstone, infatigable sucesora de Cross en la organización de lo que iban a ser las Oxford Patristics Conferences, recuerda la prohibición no disminuye su envergadura, si se tiene en cuenta que se trataba de l’orden de los jesuitas que a principios de los años cuarenta, en la Francia de Vichy, había concebido la ya mencionada serie de Sources Chrétiennes, y luego la había lanzado en el París ocupado por los alemanes, abriendo así el camino en la Iglesia católica a la actualización de los Padres y de Orígenes más que ningún otro. También en el seno de la Compañía de Jesús, en los mismos años en que se iniciaron las conferencias de Oxford, se logró otro hito en la historia de la patrística, y no sólo católica del siglo XX, esta vez con el imprimátur de la autoridad eclesiástica catolica: los tres volúmenes de Das Konzil von Chalkedon. Geschichte und Gegenwart, publicado entre 1951 y 1954, en el que los acontecimientos doctrinales que culminaron en ese concilio fueron examinados con una amplitud de perspectivas históricas y teológicas hasta entonces impensable y con una intención ecuménica demasiado oculta.
3. Respublica litteratum: debate científico y cultural
A pesar de la prohibición católica, más de doscientos estudiosos, también de todos los continentes, acudieron a Oxford en septiembre de 1951; el éxito de esa reunión la convirtió en la primera de una larga serie que continúa hasta hoy, cada cuatro años. La voluntad de superar, en nombre de los Padres de la Iglesia y del ideal humanista de la respublica litterarum, cualquier tipo de foso, no sólo confesional, quedó demostrada por la valiente pero laboriosa decisión de confiar la publicación de las actas a la Akademie Verlag de Berlín, editorial oficial de la Academia Prusiana de Ciencias, en la época que acababa de convertirse en un órgano de la Alemania comunista, donde a finales del siglo XIX Adolph von Harnack había creado la comisión para la edición crítica de los textos de los Griechischen christlichen Schriftstellern der ersten Drei Jahrhunderte, que había dado lugar a la primera serie de los Padres griegos, finalmente a la altura de la filología clásica más desarrollada.
En esta manera, desde la primera mitad de la década de 1950 se inició una impresionante actividad internacional, en gran medida interconfesional, de debate científico y cultural sobre los Padres y su peculiar síntesis humanística. Así, en el discurso de apertura del Tercer Congreso de Oxford, en septiembre de 1959, André Mandouze abordó de frente el problema de la Mesure et démesure de la patristique, planteando una cuestión que está más de actualidad que nunca, aunque sólo sea por el hecho de que a los últimos congresos han asistido cada vez un millar de estudiosos: "La Patrística difícilmente morirá en un futuro próximo por falta de estudiosos. Sólo cabe preguntarse si, en la situación actual, su plétora de eruditos no amenaza más que nada a la patrística en su verdadera esencia". Sin embargo, a principios de ese mismo año, Juan XXIII ya había anunciado la convocatoria del Concilio. Aunque la incertidumbre de lo que esto podría suponer no parece haber marcado especialmente los trabajos de la conferencia en aquel momento, cuatro años más tarde, en 1963, el discurso de clausura de Jean Danielou celebraba, aunque con una combinación de austeridad jesuítica y understatement inglés, el inesperado bouleversement que se había producido en el horizonte eclesial, permitiéndose quizá una pequeña venganza: "Me es imposible, al comenzar esta conferencia, no recordar que en el pensamiento de los iniciadores de estos congresos patrísticos había un deseo de reunir a los cristianos, ciertamente para hacer avanzar los estudios patrísticos, pero también para encontrar entre los Padres los elementos de una tradición común. Es precisamente este aspecto ecuménico el que, en un clima más difícil que el actual, causó dificultades para el primero de estos congresos. Hoy, en este año del Concilio, la causa del acercamiento de los cristianos ha hecho inmensos progresos. Podemos pensar que los Congresos de Oxford han contribuido en una parte muy pequeña a ello, y esto es una recompensa para sus promotores".
4. Idea y práctica del Concilio
Si el tema de la ponencia final de Danielou fue "Les Pères de l'Eglise et l'unité des chrétiens", la ponencia inicial sobre "La autoridad en la Iglesia primitiva" correspondió a Jan Nicholas Bakhuizen van den Brink, profesor de Leiden y pastor de la Iglesia reformada holandesa; El entusiasmo por el Concilio se manifestó también en muchas de las ponencias presentadas en el congreso, algunas relacionadas con la historia de la liturgia - Pablo VI promulgó la Sacrosanctum Concilium en el mes de diciembre siguiente-, otras con testimonios patrísticos sobre la idea y la práctica del Concilio, hasta una ponencia entonces quizá futurible, pero hoy más significativa que nunca, dedicada a un posible ecumenismo entre el Islam y el Cristianismo, aunque esbozado en términos bastante vagos. En el intervalo entre ésta y la posterior reunión de Oxford, otro signo de los tiempos patrísticos fue la publicación en Londres, en 1965, de Christ in Christian Tradition. From the Apostolic Age to Chalcedon. Impulsado de nuevo por Frank Leslie Cross, Alois Grillmeier, uno de los editores de Das Konzil von Chalkedon y futuro cardenal, había transformado las doscientas páginas de su artículo introductorio a ese volumen Die theologische und sprachliche Vorbereitung der Christologischen Formel von Chalkedon en un estudio completamente nuevo de más del doble de alcance, el primer paso de la monumental empresa que ocupó a Grillmeier durante el resto de su vida, la historia de la cristología antigua contenida en los cinco volúmenes de Jesús el Cristo en la fe de la iglesia, aparecidos en muchos idiomas. El punto más alto de la dimensión ecuménica de las conferencias de Oxford - pero al mismo tiempo el momento de su crisis - está finalmente ligado al nombre de Michael Pellegrino. Como cardenal de Turín, después de haber enseñado Literatura Cristiana Antigua en la universidad de esa ciudad, la primera en una universidad estatal italiana, Pellegrino no sólo pronunció el discurso principal en la Quinta Conferencia de Oxford de 1967, "La cultura en los Padres", sino que también fue el primer clérigo católico desde la Reforma que asistió a un servicio litúrgico en la catedral de Christ Church y predicar allí el domingo siguiente a la clausura de la conferencia. Sin embargo, en los días anteriores había caído sobre los participantes una atmósfera de fuerte malestar, cuando en su discurso final el obispo ortodoxo belga Basil Krivocheine se había expresado con respecto al primado romano "en ciertos tonos vivos", como relató con delicadeza ecuménica el hoy cardenal Raniero Cantalamessa, entonces joven erudito, en su crónica del Congreso.
Tal vez por esta razón, ni la introducción de Pellegrino ni la conclusión de Krivocheine aparecen en las actas. Sin embargo, Pellegrino lo recuperó con motivo de la inauguración del Institutum Patristicum Augustinianum, cuya fundación representa el principal fruto del Vaticano II en el campo de los estudios patrísticos en el ámbito eclesiástico católico.
5. Llamamiento del Concilio a la valorización de los laicos
Joseph O'Malley ha ilustrado magistralmente la huella, en términos de forma y lenguaje, de la tradición patrística en la elaboración de los textos conciliares. Ni siquiera me detendré en la presencia, directa o aludida, de citas de los Padres, tema sobre el que existe una amplia bibliografía desde el informe que el nuevo obispo Pellegrino dio en la École française de Roma en diciembre de 1965. Me limitaré a citar brevemente la decisiva intervención del cardenal Frings en el debate sobre el esquema preparatorio de la Constitución sobre la Iglesia, que luego se convertiría en Lumen Gentium: "En la redacción -se queja el cardenal de Colonia- no se ha tenido en cuenta toda la tradición católica, sino sólo una pequeña parte (...). No se dice casi nada de la tradición griega y poco de la tradición latina más antigua, aunque ambas son muy ricas. (...) Apenas se encuentra rastro de la eclesiología eucarística griega, tan querida por los Padres griegos en el pasado, y todavía muy querida por nuestros hermanos orientales". Estas ideas, así como otras similares enunciadas durante los trabajos por los exponentes del episcopado católico de las Iglesias orientales, se repiten en el intercambio de cartas iniciado inmediatamente después de la clausura del Concilio por el agustino padre Agustín Trapé con la Congregación para la Educación Católica, que se resolvió en julio de 1969 con la erección, por un período de cuatro años y ad experimentum, del Institutum Patristicum Augustinianum en lugar del anterior Estudio Teológico Agustiniano, adscrito a la Universidad de Letrán. La propuesta del padre Trapé fue calificada de "no exenta de audacia" por el entonces Prefecto de la Congregación, el card. Gabriel-Marie Garrone, quien señaló que "su puesta en práctica requerirá una gran cantidad de energía válida trabajando con un estricto método científico, dado que un Instituto Patrístico, para responder verdaderamente a su propósito, debe abarcar un vasto arco de investigación que se extiende desde la filología hasta la "filosofía" de los diversos escritores y doctores de la Iglesia de Oriente y Occidente, incluso antes de poder llegar a la síntesis teológica particular y general". Aunque el nombre hace referencia al más grande de los Padres latinos -y no podía ser de otro modo-, desde los primeros años de actividad el Augustinianum se ha caracterizado por el mismo espíritu ecuménico que ha sustentado los acontecimientos reconstruidos hasta ahora, por la atención a los Padres griegos y latinos (y también de otras tradiciones orientales), pero sobre todo por la plena apertura a la colaboración y a la enseñanza de los estudiosos laicos, italianos y extranjeros, católicos y de otras confesiones. La actividad de los patrologistas no eclesiásticos era ya un hecho consolidado de la época posterior a la Segunda Guerra Mundial, y el centro de gravedad se desplazaba cada vez más de las instituciones eclesiásticas a las facultades universitarias de los más diversos países; es suficiente repasar los volúmenes de Sources Chrétiennes para ver el número de los que se doctoraban o dictaban cátedra en disciplinas clásicas, preparando una edición o un comentario para la serie. En muchos aspectos, el cambio ha sido más notable en los países del sur de Europa de tradición católica, donde la atención a los textos de los Padres ha arraigado en las facultades y carreras de literatura, filosofía e historia, mientras que en los países nórdicos y centroeuropeos de tradición protestante o, en todo caso, modelados por la academia alemana, el estudio del cristianismo antiguo ha permanecido mayoritariamente en las facultades de teología -e incluso en este caso la progresiva sustitución del personal eclesiástico por personal laico ha sido más notable en el contexto católico, ya que la tradicional combinación protestante de enseñanza académica y ministerio pastoral, aunque pro forma, aún persiste en gran medida. En el caso del Augustinianum, por lo tanto, cabe señalar que la institución eclesiástica ha reflejado desde el principio lo que podríamos llamar el proceso de desclericalización de la patrística, reconociendo así el llamamiento del Concilio a la valorización de los laicos, así como tomando nota del cambio en la composición de la comunidad académica. Sin embargo, la actividad del Institutum patristicum permanece firmemente anclada en la dimensión teológica del legado de los Padres, con vistas a la formación superior del clero y de las mujeres consagradas; y aunque desde el principio el acceso a los cursos está abierto a los laicos, quizá la contribución más significativa que se ofrece a la vida de la Iglesia contemporánea y al mismo tiempo a la tradición del humanismo patrístico consiste en el gran número de sacerdotes que se han graduado o doctorado en ciencias patrísticas procedentes de países no europeos, donde, una vez retornados, suelen ocupar cargos importantes.
6. Alcance del Concilio Vaticano II
La relación entre la secularización de los estudios y la teología es la cresta decisiva sobre la que debe medirse el alcance del Concilio Vaticano II en el ámbito de los estudios patrísticos. Si el Concilio Vaticano II parece insertarse coherentemente en la tendencia de los estudios patrísticos de la primera mitad del siglo XX, aspecto del fenómeno más general de la ressourcement que constituyó uno de los factores decisivos para su convocatoria y desarrollo, a su vez ha contribuido no poco a la aceleración del proceso de extensión de tales estudios fuera del ámbito eclesiástico, reconociendo la legitimidad, incluso la necesidad, de un enfoque científicamente riguroso del estudio de los Padres, y sobre todo reclamando un nuevo protagonismo de los laicos en la vida de la Iglesia, incluso en el ámbito de la reflexión teológica o en cualquier caso de las disciplinas relacionadas con ella. Sobre todo a partir de los años sesenta, generaciones de estudiosos laicos han hecho de los textos patrísticos un objeto legítimo de investigación en las universidades de toda Europa, superando el ostracismo que anteriormente los académicos mantuvieron hacia esos en nombre de la primacía del clasicismo, así como para le perceptión de una actitud prejuiciosamente hostil de la Iglesia hacia la completa historización de esos. De este modo, se ha atraído hacia los Padres la atención de estudiosos ajenos al horizonte eclesial, o al menos sólo marginalmente interesados en él. Así, la aparición, en el mismo 1967 en que el cardenal Pellegrino inauguró la conferencia de Oxford, del Augustine of Hippo: a Biography de Peter Brown adquiere el aspecto de una significativa coincidencia, que puede considerarse el punto de partida de una secularización más radical del enfoque analítico de la literatura patrística y de sus autores, que desplegaría sus efectos a partir de la década siguiente sobre todo en América del Norte y de ahí repuntaría en el viejo continente a partir de los años ochenta. El cambio de paradigma está claramente indicado por la clara afirmación en la comunidad académica de la categoría conceptual y clasificatoria de la Antigüedad Tardía dentro de la cual se reabsorbe ahora la investigación de la literatura cristiana antigua. El énfasis puesto por Peter Brown en la dimensión antropológica y social del cambio introducido por el cristianismo en el mundo antiguo, reconstruido en gran medida a partir de los textos de los Padres, ha oscurecido la dimensión teológica y espiritual de éste, reducida, sobre todo en los epígonos del gran erudito dublinés de familia protestante, a un elemento de legitimación articulada de las nuevas estructuras de poder que encontraron en la religión un factor de apoyo decisivo.
7. Cambio de paradigma
Sería interesante explorar -pero este no es el lugar para hacerlo- la relación entre el cambio de paradigma en el estudio del cristianismo antiguo y el proceso más general de transformación social y cultural que tuvo lugar en las décadas de 1970 y 1980, que comúnmente -aunque no del todo correctamente- se define como secularización. Sin embargo, cabe señalar que lo que ha ocurrido ha hecho que el conocimiento de la literatura antigua de los Padres sea un patrimonio que ya no es exclusivo de las tradiciones eclesiales, sino que también se comparte y se frecuenta fuera de ellas, aunque de manera que parece reducir su alcance al horizonte de este mundo solamente. Este es probablemente el reto al que se enfrentan los creyentes y los estudiosos de los Padres en la actualidad, un reto totalmente paralelo al de la propia Iglesia católica y de las Iglesias históricas en general. Como ha observado otro gran erudito, Charles Kannnengiesser, fallecido no hace mucho, y cuya historia personal es emblemática de esta transformación -alsaciano, jesuita, doctorado en la Sorbona, profesor en el Institut Catholique de París y luego, tras dejar la Compañía, profesor en Estados Unidos y Canadá-, la patrística fue durante mucho tiempo esencialmente europea en sus motivaciones. Ahora, sin embargo, los Padres de la Iglesia pueden representar "el testimonio privilegiado de una tradición cultural y religiosa que tiene que reafirmar sus razones en un mundo que ya no está vinculado a las suyas". Pueden enseñar una comprensión efectiva en términos cristianos de las verdades bíblicas fuera de la continuidad europea de religión y cultura (...) como las únicas fuentes que nos permiten entender lo que realmente le sucede al cristianismo cuando entra en relación con un nuevo horizonte cultural".
Como ha afirmado repetidamente el Papa Francisco, lo que estamos viviendo no es una época de paso, sino un paso de época, marcado por un profundo cambio en las coordenadas geográficas de los equilibrios políticos y económicos, como consecuencia de la globalización y de los flujos migratorios, que empujan cada vez más la Europa a los márgenes -y en cierta medida la misma América del Norte. Más aún, asistimos a una profunda transformación antropológica, quizá sólo en sus inicios y cuyos posibles resultados aún no podemos vislumbrar, bajo el impulso de las innovaciones tecnológicas y biomédicas, acentuadas y regidas de forma más o menos espontánea por la dinámica aparentemente incontrolada de los social media, que han pasado a ocupar el lugar de los productores tradicionales de las grandes narrativas y del imaginario colectivo del siglo XX, el cine, la televisión, el sistema artístico y la literatura. Se trata de una transformación que tal vez altere drásticamente la comprensión misma que los seres humanos, hombres y mujeres, tienen de sí mismos: pero, este trasformación no marcará, sin embargo, la entrada en ninguna tierra prometida, como podía parecer, sino que corre el riesgo de ampliar desproporcionadamente las diferencias entre quienes tienen acceso a los recursos económicos, médicos y de capital simbólico y quienes no, como ya está surgiendo a raíz de la dramática historia de la pandemia.
8. Conclusión
A diferencia de la época de los Padres, la tradición cristiana, que se basa en ellos, no es el motor de esta transformación. Sin embargo, como señala Kannengiesser, hoy puede ser un nuevo kairós también para esta tradición, siempre que redescubramos su núcleo esencial, que funda y precede a las definiciones dogmáticas y a la idea misma de ortodoxia, en la búsqueda de un ecumenismo ya no sólo entre las Iglesias, sino entre todos los hombres de buena voluntad a los que se anuncia el Evangelio, tanto ayer como hoy y mañana. Estudiar hoy a los Padres, para ser auténticos intérpretes de su mensaje, no puede ni debe ser sólo un ejercicio intelectual o historiográfico más o menos refinado, sino que debe comprometernos como ellos, con ellos, a bajar los ojos al Evangelio para leerlo, comprenderlo y vivirlo plenamente en este mundo, y al mismo tiempo levantar los ojos al cielo, en la esperanza de algo que no está simplemente más allá de este mundo, sino que es otro que este mundo.