El cardenal Henri de Lubac y la renovación de los estudios patrísticos. Le ressourcement o ‘el retorno a las fuentes’

 Índice

1. Introducción

2. Henri de Lubac y su aporte metodológico

3. Catholicisme, Les aspects sociaux du dogme. Red de lecturas

4. Obras capitales : Surnaturel y Le mystère du surnaturel

5. Le mystère du surnatural y la “visión divina”

  

 

1. Introducción

Toda mi vida de docente he hablado de asuntos que siento que conozco poco, y que con el pasar de los años conozco menos aún. Sin arrepentirme de ello, he vuelto a experimentar el mismo sentimiento. Porque hablaré de algo que quise preparar sin haberlo estudiado previamente, por lo que tuve un doble trabajo que, por lo demás, me produjo una mayor satisfacción. A decir verdad, estoy pensando en ustedes, queridos alumnos y alumnas de este increíble proyecto de doctorado en patrística que este año se ha iniciado en la Universidad Católica de Cuyo. Mi saludo y gratitud por quienes lo han ideado y llevado sin descanso a buen término. Porque digo, al pensar en ustedes estoy recordando un principio básico del Fedro de Platón sobre la retórica. Que quien dirige la palabra a un determinado auditorio debe tener claro a quiénes habla, si quiere convencer. Y así es, deseo hablarles especialmente a ustedes, no a nuestros profesores y estudiosos. Me habían dicho que disertara sobre asuntos patrísticos, es natural, pero viéndolo además en relación con nuestros tiempos. Así me pareció entender.

Por eso pensé, sin saber bien sobre las consecuencias de mi decisión, en el Cardenal Henri de Lubac, por muchos considerado la figura culminante del pensamiento teológico del siglo veinte. No para hablar de su inmensa contribución, que apenas conozco, sino para esbozar de algún modo la importancia de su obra en el renacimiento de la patrística. Y de cómo, además, el pensamiento de los Padres se transformaba, en un insigne teólogo del siglo veinte, en un factor predominante de su pensamiento. Porque parece indudable que el despertar del interés en los Padres desde casi los orígenes del siglo pasado, se ha producido en occidente de algún modo a costa de la escolástica y movimiento tomista. Esto significó asimismo, casi paradojalmente, una recuperación del Aquinate en toda la pureza original de su propia grandiosa síntesis. Se le llamó ressourcement, es decir, un retorno a las fuentes, a los valores fundamentales. De Lubac, entonces, se encuentra en un momento delicado en la vanguardia de ese cambio, siendo él un teólogo y un religioso jesuita.

Así entonces elegí dos obras y estudié cómo funciona el estudioso en acción mientras elabora su pensamiento y su visión teológica. Es en esencia muy semejante a lo que ustedes tendrán que hacer en este proceso de estudiantes de la Patrística. Se necesitan de Lubac para el siglo XXI. Es decir, estudiosos que puedan penetrar de ese modo en el apasionante mundo de los Padres que por unos seis siglos perduró en la vasta extensión geográfica de la cuenca del Mediterráneo y sectores colindantes. Movimientos de esta naturaleza necesitan asentarse tanto cultural como geográficamente para subsistir. Por eso veo a San Juan de Cuyo en una posición estratégica, que debería hacer posible instalar un centro de renovación patrística en un mundo todavía nuevo, inestable y en efervescencia cultural como el nuestro. La ausencia de pergaminos y colgaduras que a menudo impiden la marcha de la vieja Europa, debiera jugar en nuestro favor para evitar un academicismo estéril.

 

2. Henri de Lubac y su aporte metodológico

 

            Para hablar del cardenal Henri de Lubac (Cambrai 1896 - París 1991) me he propuesto acudir a su metodología, porque es allí, me parece, donde el método escolástico cede lugar al aporte de una renovada patrología. He escogido dos libros que me han parecido significativos. El primero es, Catholicisme, Les aspects sociaux du dogme (1938). En nuestros días, su pensamiento teológico es ya parte de un conocimiento adquirido y valorado; pero justo antes de la 2ª guerra mundial, muchas de sus ideas tenían un carácter profético, revolucionario, y a menudo mirado con sospecha. Desde la introducción aparece una perturbadora pregunta que él supone se hace el hombre de su tiempo, válida aún para nosotros más que nunca: “¿Cómo, se preguntan en particular, una religión que se desinteresa aparentemente tanto del futuro terrestre como de la solidaridad humana, podría ofrecer un ideal capaz de ganarse todavía a los hombres de hoy?” (Catholicisme, p. VIII). Situados al interior del dogma, sin embargo, la preocupación que revela esta pregunta, cede el paso a una inquietud más específica: la de la sociedad de los creyentes: “esta de la tierra, dice, y aquella del mundo futuro, la que se ve y sobre todo la que no se ve” (C. X). Su libro no es un tratado, dice, ni sobre la Iglesia ni sobre el Cuerpo Místico. A de Lubac le interesa mostrar más bien el “carácter eminentemente social de esta”, en que el papel de la historia (p. XII) adquiere su verdadera importancia.

Por supuesto, el plan es mucho más vasto e impresionante, pero se nos hace ver con claridad de dónde viene la principal y más profunda inspiración: “bebiendo sobre todo del tesoro demasiado poco explotado de los Padres de la Iglesia” (XIII). No es un simple seguimiento ni una naive aceptación de un pensamiento. Se trata más bien de una actitud del espíritu de quien investiga sobre la Revelación en su contexto y su evolución histórica. Me atrevo a decir, es una suerte de superación de la mera exégesis de las Escrituras como un fenómeno cerrado y a-histórico. Lo mismo se puede decir del estudio del dogma. Porque suponemos, digo yo, que la teología no consiste en una mera hermenéutica de los textos sagrados; siendo ella una superación, además, de la sola Scriptura como principio subyacente, en que la teología queda reducida a una hermenéutica bíblica que termina siendo diversa, y, por tanto, en último término incierta. Es verdad que muchos Padres fueron a su vez exégetas, pero la diferencia está en la mediación histórica que significa su propia interpretación. Una mediación inmersa en la vida en sociedad del pueblo cristiano de su época, una mediación viva, que el patrólogo a su vez interpreta a la luz de la Revelación, si es teólogo. Aunque hay, por cierto, muchos puntos de partida para el estudioso de la patrística, no solo teológica ni filosófica. La evaluación del contexto social de la Iglesia induce a valorizar, teológica, filosófica y culturalmente la palabra de quienes fueron gestores principales de su devenir post-apostólico. Por tanto, protagonistas del devenir primigenio, creativo, de su historia como pueblo de Dios. Los Padres, dice de Lubac, son “nuestros padres en la fe, y quienes han recibido de la Iglesia de sus tiempos de qué nutrir todavía a la Iglesia de nuestro tiempo entre nosotros” (p. XIII). Mayor razón aún si se constata la “unidad de esta Tradición en todo lo que concierne a los puntos centrales del catolicismo”. Esto no le parece a nuestro pensador una “tesis abstracta de teología”; porque las doctrinas se hacen manifiestas en medio de este “inmenso ejército de testimonios” que son conscientes de su condición de “fieles de la única Iglesia y viven una misma fe en un mismo Espíritu”.

 

3. Catholicisme, Les aspects sociaux du dogme. Red de lecturas

 

            Difícilmente se podría hallar una mejor explicación del significado de la Patrística, y de su capacidad de generar una continua renovación en la vida y el pensamiento de la Iglesia como comunidad viviente de fieles. Henri de Lubac habla sobre todo como teólogo; pero si desplazamos sus ideas a la actualidad (justo treinta años después de su muerte), en tiempos más conscientes aún de la vastedad de los intereses patrísticos y de su riqueza cultural y temática, esta certeza de catolicidad, esta percepción colectiva de unidad es sin duda la razón profunda de su fuerza creativa como movimiento histórico-cultural. La patrística se presenta, por decir así, cual corriente de vida y pensamiento que surge de las profundidades mismas del espíritu vital de la Iglesia y su pueblo. Este se traduce, digo yo, en homilías, cartas, comentarios exegéticos de las Escrituras, tratados epistemológicamente diversos, narración histórica, hagiografías, poemas, himnos litúrgicos, y obras de arte de diversa naturaleza. Incluso las herejías, cuando ellas fueron formuladas sin ánimo de romper su unidad.

Impresiona ver cómo las páginas de este voluminoso tratado, Catholicisme, se van construyendo a base de una sólida y consistente red de lecturas de los Padres. Autores latinos y griegos acompañan cada paso que se da, hasta el punto que uno se pregunta cómo pudo reunir con tanto acierto voces diversas del oriente y del occidente al tratar del dogma, la Iglesia, los sacramentos, y el complejo tema de la vida eterna. La Patrística, bien establecida en la masa geográfica de la cuenca del Mediterráneo, se manifiesta —en su obra— en su vasta diversidad como un todo eclesial.

Por supuesto que hay otros contenidos que son estudiados aquí, que no menciono al presente. Pero ese capítulo IV sobre la vida eterna en Catholicisme, donde san Agustín ocupa un lugar tan central, me parece sobresalir en esta primera parte de la obra. Sin perturbar al lector con un espíritu dogmático, de Lubac va, sin embargo, mostrando los rasgos que considera esenciales de la catolicidad de la Iglesia, en qué ella más propiamente consiste. Se nota la diferencia con esos manuales de teología escritos en un escuálido latín hará todavía unos cincuenta años atrás. Porque al meditar sobre el destino último de los elegidos, se nos descubre es final de unidad del pueblo de Dios en la caridad: in unum spiritum igne caritatis conflati, dice, citando a san Agustín (Trin. 1, 4, c. 9: “impulsados [convocados] hacia un solo espíritu por el fuego de la caridad”). La teología trinitaria agustiniana —que le hace rememorar además el: ubi individua caritas ibi perfecta unitas (In Jo, tr. 18) le lleva a decir que: “la mística cristiana es una mística trinitaria… del Dios de Caridad, del Dios cuyo Ser es Caridad” (C. p. 89). Son páginas de de Lubac en Catholicisme, en que Agustín es a continuación acertadamente vinculado con bellas páginas de Orígenes (In Rom. I 4 n. 9; In Cant. I 1) y otros Padres latinos, sobre el mismo tema. Las fuentes agustinianas —su principal inspiración—, son puestas admirablemente en relación con fuentes origenianas y de otros autores, haciendo de su estudio un sólido frente de unidad y catolicidad. Es la ecúmene patrística convocada al servicio del pensamiento teológico. El autor de la Ciudad de Dios no podía estar ausente, a pesar de que nuestro pensador encuentra además otras fuentes agustinianas, junto a obras de Hilario y otros variados autores latinos que usa con maestría. Pero qué poderosas páginas diría yo, encontrará el estudioso en el De civitate Dei referidas a ese horizonte social de una comunidad de caridad.

He aquí un modelo interesante de cómo proceder, pienso yo, estimados estudiantes de este doctorado. Ustedes tienen además que pensar en sus tesis finales, en la culminación de estos años de estudios que este año han emprendido. De ser posible, asumir la catolicidad de sus investigaciones uniendo perspectivas que provienen tanto del oriente como del occidente de la patrología. Abriéndose, en fin, a perspectivas diversas que por lo general perfeccionan la propia visión. He ahí una señal de riqueza en el horizonte de una investigación patrística que busca no localizarse hasta el punto de olvidar ese network constitutivo del movimiento patrístico como realidad geográfico-cultural. Porque la Patrística se nos presenta como un verdadero sistema de voluntades sostenido en la unidad por la fe en Jesucristo. Pero es al mismo tiempo una cultura compartida como visión de mundo, conjunto de conocimientos, modos de vida similares y de participación generalizada de un desarrollo común artístico, científico, cultural, social y económico. De ahí que sería improcedente reducir la patrología a un estudio teológico, que utiliza a menudo una filosofía que es puesta a su servicio.

 

4. Obras capitales : Surnaturel y Le mystère du surnaturel

 

            Quisiera referirme ahora a los libros que ha sido generalmente considerados sus obras capitales, estrechamente relacionados, Surnaturel (1946) y el luego, Le mystère du surnaturel (1965). Randall Rosenberg, en su libro The Givenness of Desire (University of Toronto Press, 2017) decía, citando a otro estudioso: ‘Su publicación (se refiere en este caso más específicamente a Surnaturel) constituyó un “evento cultural tan importante como la publicación de Ser y Tiempo (1927) de Martin Heidegger o la de Ludwig Wittgenstein Investigaciones Filosóficas (1953)”’. Ya a propósito de otro libro apenas más temprano de Lubac, Surnaturel: Études historiques (1946), se habían levantado señales de alarma a cierta teoría teológica allí central, incluso dentro de su orden, como lo evidencia la recensión del P. Donnelly, sj. En The Review of Politics (1948). Donnellly decía que estos estudios históricos son: “one of the most remarkable books of our era” (ibid. 226); y ponía de manifiesto su notable metodología, basada en la utilización permanente de los Padres de la Iglesia (aspecto que yo he querido también remarcar en su Catholicisme). Donnelly, sin embargo, se escuda en tres importantes críticos, todos de su propia orden, para atacar sus hallazgos: “Los tres, dice, están de acuerdo en que la teoría de lo sobrenatural del Padre de Lubac, al menos su presente formulación, es insostenible” (J. Donelly, The Review of Politics, 1948, 230).

Donnelly, sj, se suma al coro de los tres jesuitas diciendo que las razones de estos estudiosos “are penetrating and well documented”. Porque el tema de fondo, como bien lo resume Donelly, es: “La visión beatífica del Dios Trino y Uno es el único fin último posible de un espíritu creado sea angélico o humano” (p. 227). Lo que su crítico considera —ante esta bien establecida doctrina católica— “extraordinario” de parte de de Lubac, es el que mantenga que este objetivo es ‘the only goal possible for man’ (goal: objetivo, propósito, finalidad).

Ahora bien, la fuerza de la posición del P. de Lubac está precisamente en sus fundamentos patrísticos, lo que parece desconcertar, todavía hace unos setenta años atrás, a sus contradictores correligionarios. (Lo que de Lubac quiere decir, entiendo, es que este es ‘La única finalidad, único objetivo posible para el hombre aún en su estado actual de naturaleza, no en su estado de ‘naturaleza pura’, i. e. natura pura). Claro está, de Lubac había encontrado un respaldo a sus ideas en lo que él consideraba “la doctrina tradicional del la Iglesia”, en el parecer unánime de los Padres, e incluso en Sto. Tomás.

Porque el asunto va a seguir plenamente presente en sus libros Spiritualité y Le mystère du surnatural, libro este último que nos ocupará ahora.

 

5. Le mystère du surnatural y la “visión divina”

 

            Quizá, me atrevo a decir, los Padres, como la voz de la tradición viva de la Iglesia, le permiten a de Lubac (usaré un neologismo nada elegante) “baipasear”, es decir, “pasar por alto” la neo-tradición post-tomista, asentada en la teología de su tiempo incluso (en este punto esencial), desconociendo que no había sido suscrita tampoco por el Aquinate. Lo que de Lubac defiende, y ahora sistemáticamente en 1965, es que la finalidad, el objetivo del hombre (no solo del ángel) es la visión divina, pero, y aquí esta la cuestión teológica de fondo, es un deseo de tal carácter que no puede sino ser llevado a su compleción por una iniciativa divina. Doble golpe, duro, por cierto, que el P. Donnelly calificaba ya en 1949 de “paradoxical”. Puesto que entraba en el complejo asunto de la gratuidad de la gracia, y del deseo ineficaz del hombre respecto de Dios. Un nuevo jesuita batiéndose a duelo con (en el fondo) Du Bay y Jansenio.

Y aquí estaba la doctrina de la natura pura, un engendro más difícil de rebatir en su origen antes que existieran instrumentos de trabajo actuales como The Library of Latin Texts (LLT). Se verá, digo yo, que Agustín usa tan solo dos veces la expresión natura pura en contextos sin mayor trascendencia, que Alberto Magno una vez, o Buenaventura dos, y que el Aquinate dice nada de consistente en las dos magras apariciones del término. Porque resulta que el gran promotor de la idea y de la frase es Jansenio, en su Augustinus, con sus cincuenta y cuatro consistentes apariciones. No era, por tanto, doctrina tomista, como no lo era tampoco de los Padres. Era de la teología del s. XVII en adelante.

Quizá ahora se entienda mejor por qué el libro de Rosenberg (2017) se titula The Givenness of Desire (quizá, El don del deseo, la donación). Se trata del don de ese deseo natural de ver a Dios en la naturaleza humana, don de iniciativa divina, y del significado (examinado ampliamente en su primer capítulo) del Ressourcement, es decir, del ‘retorno a las fuentes’ de de Lubac y otros contemporáneos. En otras palabras, es esa ‘vuelta a los valores fundamentales’ que de Lubac desea promover, en que la metodología lubaciana del uso de los Padres ocupa un lugar de primera importancia. Se destaca su intento de “recuperar el papel redentor de la teología en el mundo” (p. 15). En el terreno de lo sobrenatural, el sentido de sacralidad tiene aquí un lugar prominente. Lo considera perdido para el mundo contemporáneo, en parte precisamente por esta teología (de origen ‘Cayetano’, perdón, un adjetivo de mi invención) que tergiversó el tomismo de Tomás y olvidó a los Padres. Identificó entonces de Lubac al legado de los tres últimos siglos de escolasticismo como los responsables de haber creado un abismo entre naturaleza y sobrenaturalidad. Este retorno a los Padres lleva consigo igualmente una revalorización de Tomás de Aquino en sus propios textos (libre además de lo que él considera son las tergiversaciones del cardenal Cayetano).

Dice Rosenberg respecto de la posición de de Lubac: “El ser humano fue destinado a amar eternamente en Dios. De mismo modo que continuamente envía sus lectores a los Padres, de Lubac también los reorienta al efectivo texto de Tomás de Aquino mismo” (Rosenberg, 18). Tomemos nota de ese “amar en Dios”, que no es un “amar a Dios”.

Ahora bien, si nos acercamos a los puntos esenciales de Le Mystère du Surnaturel, constatamos que el asunto central está en el deseo natural de contemplar finalmente a Dios, y anejo a ella, el de la gracia y, sobre todo el de su gratuidad. El punto parece estar, como de Lubac lo expresa: en “afirmar, para la razón natural, el poder de revelarnos el llamado efectivo de la visión de Dios. ¿Solamente el deseo de la visión beatífica es verdaderamente, según toda su naturaleza y en toda su forma, conocible? Eso es algo que nosotros no creemos, dice de Lubac. Continúa: “Recordamos siempre lo que el mismo santo Tomás dice: … aquello que por encima de la razón esperamos en el fin último de los hombres. Nos mantenemos al interior de la teología.” (MSur, 258). Digo yo, la iniciativa, la gratuidad está y permanece en aquel que puso en nosotros tal deseo y esperanza. Es, en palabras de de Lubac, ‘L’appel de l’Amour’ (“el llamado del Amor”, título de este capítulo final). Porque así se expresa: “Ahora bien, no lo olvidemos, la ‘vida eterna’, anunciada por Jesucristo consiste en la vida de ese Dios, el ‘solo Dios verdadero’” (MSur, 275). Una visión, como dirá más adelante, citando a san Agustín: Nobis autem promittitur visio Dei viventis et videntis: “y a nosotros se nos promete la visión de un Dios que vive y que ve” (S. 69, c. 2, n. 3). Nuevamente: “que ve”, no “que es visto”.

Los estudios del P. de Lubac sobre lo sobrenatural fueron precursores y abrieron caminos. Estos son, en especial: Surnaturel (1946), Augustinisme et Théologie moderne (1965), Le Mystère du Surnaturel (1965), Petite catéchèse sur Nature et Grâce (1980).  Esta presentación, como ven, recoge solo parcialmente su inmenso legado.

Last modified: Friday, 1 October 2021, 12:08 PM