ENCRATISMO Y ENFERMEDAD EN EL TRATADO

LA HIJA DE PEDRO

(PAPIRO BEROLINENSE 8502, 4)

Autor: Juan Carlos Alby

ÍNDICE

1.      Introducción

2.      El encratismo y la exaltación de la virginidad

3.      El encratismo en el tratado La hija de Pedro

4.      La enfermedad como signo de protección

5.      Consideraciones finales

6.      Bibliografía y notas

 

1. Introducción

 

La historia de La hija de Pedro se conserva en un pequeño fragmento transmitido en copto sahídico y en el contexto de los Hechos apócrifos de Pedro, sin que la crítica haya logrado determinar acerca de la existencia independiente de este relato respecto del ciclo de los Hechos apócrifos, o de su posible extracción de los Hechos de Pedro fechados en torno al 200 y que habrían sido utilizados por el autor de los Hechos de Pablo. La fecha propuesta obedece a que Tertuliano da testimonio de estos últimos en su obra De baptismo escrita alrededor de ese año1. Otros, como Rosa Söder, en su novela sobre los escritos apócrifos de los Apóstoles, sostienen que el bloque narrativo de La hija de Pedro era autónomo y fue incorporado más tarde a los Hechos de Pedro2. Como ha señalado el Prof. Antonio Piñero, a quien debemos la primera versión en español de este fragmento, existen poderosos argumentos que sustentan la hipótesis de su pertenencia al ciclo de los Hechos apócrifos de Pedro3.

La hija de Pedro es el último de los cuatro tratados que componen el llamado Papiro Berolinense (BG) 8502, un códice en papiro que desde 1896 se conserva en el Departamento de Egiptología de los Museos nacionales de Berlín con la sigla BG 8502. Los restantes tres tratados son, según el orden en que aparecen en el códice: el Evangelio de María, el Apócrifo de Juan en su versión corta, diferente de la de Nag Hammadi III 1, la Sabiduría de Jesucristo, en una versión casi idéntica a la de Nag Hammadi III 4 y La hija de Pedro. La lengua del códice es el copto sahídico con influencias del subacmímico, del acmímico y del fayúmico4.

El texto circulaba en ambientes cristianos encratitas del siglo II, caracterizados por su exaltación de la virginidad y por su confianza en la providencia divina. La historia transcurre en un día domingo, probablemente en Jerusalén, antes del viaje de Pedro a Roma, delante de su casa, según se desprende del documento más importante en el que se han conservado estos Hechos apócrifos, los Actus Vercellenses 55.

La escena que presenta el relato resulta casi paradojal, pues Pedro está sanando enfermos pero su propia hija se encuentra paralítica y confinada en un rincón. Uno de los asistentes le pide a Pedro que cure a su propia hija. El apóstol accede, pero luego de que su hija se levanta restablecida, en un acto de inusitada crueldad Pedro revierte el milagro y su hija vuelve a quedar postrada. Ante el estupor de los presentes, Pedro se justifica diciendo que en el momento en que su hija nació, recibió una visión en la que se le advertía sobre los peligros a los que estaría expuesta la muchacha por la belleza con que sería dotada. Según su relato, un gran hacendado de nombre Ptolomeo que había visto bañarse a la joven y a su madre, envió por ella con la intención de hacerla su esposa. Pero como su madre no quiso y Ptolomeo no podía esperar, sus siervos trajeron a la muchacha y la dejaron a la puerta de la casa y se fueron. Cuando Pedro y su esposa bajaron, descubrieron que su hija tenía todo un costado de su cuerpo paralizado y enjuto. La recogieron y alabaron a Dios que había librado a la joven de la vergüenza y por eso había quedado así hasta ese día.

El texto nos invita, en primer lugar, a considerar la atmósfera encratita en la que se desarrolla esta literatura y sus antecedentes en el judaísmo anterior a Jesús. En segundo término, estudiaremos el encratismo presente en el tratado La hija de Pedro. Seguidamente, analizaremos el significado de la enfermedad como milagro de protección.

 

2. El encratismo y la exaltación de la virginidad

 

 

Un rasgo característico de los Hechos Apócrifos es el encratismo que ya podía advertirse en algunos círculos cristianos del siglo II. La definición de ἐγκπάηεια o “continencia” no siempre encontró acuerdo entre los investigadores, en el sentido de que la recomendación de la continencia no necesariamente se identifica con la ἀγαμία o rechazo al matrimonio como condición sine qua non para la salvación. No obstante, algunos habían llevado el alcance de la continencia hasta la censura del matrimonio. Estos son los que caen bajo la denuncia de los escritores de la escuela post-paulina; por ejemplo: 1 Tm 4, 1-3:

 

El Espíritu dice claramente que en los últimos tiempos algunos apostatarán de la fe entregándose a espíritus engañadores y a doctrinas diabólicas, por la hipocresía de algunos embaucadores que tienen marcada a fuego su propia conciencia; estos prohíben el matrimonio y el uso de alimentos que Dios creó para que los coman con acción de gracias los creyentes y los que han conocido la verdad”.

 

En este sentido, los sucesores de Pablo mitigan en cierta medida la renuencia del Apóstol al matrimonio que se trasluce en el capítulo 7 de 1Co, donde la unión matrimonial es vista como un mal menor o una prevención de la fornicación6. No obstante, Pablo no considera que el matrimonio sea algo perverso, pues tanto este como el celibato voluntario, son estados del presente siglo en los cuales ya se podía estar desde antes de haber recibido la vocación de Dios. Con la mente puesta en los gentiles, el Apóstol entiende que a unos les viene la fe mientras están solteros y a otros estando ya casados, pero el estar casado o soltero no tiene gravitación alguna para la salvación7. Tanto por su trasfondo gnóstico que lo orienta a ver en mala luz al cuerpo, como por su creencia casi obsesiva en la inminencia de la parousía, Pablo hace una defensa del celibato por encima del matrimonio, ya que la condición de célibe libera al siervo de Dios de preocupaciones que tienen que ver con la “angustia presente”, sin que ello implique, según sus propias palabras, una postura radical frente a la virginidad8.

La escuela post paulina ante el retraso de la parousía, buscó una fundamentación teológica a las relaciones sexuales enmarcándolas dentro del matrimonio y en la esfera de Cristo, con lo cual el amor entre hombre y mujer se convierte en un símbolo sagrado del amor que Cristo tiene por la Iglesia9.

En cambio, otros cristianos consideraban que el matrimonio y la procreación provenían de Satanás, como el gnóstico Satornilo, para quien, según Hipólito, “el matrimonio y la procreación proceden de Satanás”10. También Marción, quien no debe ser incluido entre los gnósticos, “enseña a sus adeptos que deben abstenerse del comercio con toda mujer, para no cooperar ni colaborar con las obras que ha producido la discordia, siempre ocupada en deshacer y fragmentar la obra de la Amistad”11. Entre los Apologetas asiáticos, Taciano de Siria, discípulo de Justino, “considera que el matrimonio es corrupción, empleando términos parecidos a [los que usaba] Marción”12. Según Clemente de Alejandría, Taciano habría creado en el año 172 su propio grupo de cristianos encratitas, que coincidía con las tendencias de Julio Casiano en su rechazo al matrimonio.

Entre estos, el abanderado del docetismo, Julio Casiano, también aduce argumentos semejantes. Así, en el Tratado de la continencia o El estado del célibe (Πεπ ἐγκπαηεαρ πεπ εὐνοσίαρ), dice textualmente: „Que nadie afirme que, porque tenemos órganos correlativos, pues la mujer está conformada de un modo y el varón de otro, aquella para recibir y este para plantar la semilla, por eso la unión matrimonial ha sido autorizada por Dios. En efecto, si semejante disposición viniese de Dios, hacia el cual tendemos, Él no habría llamado dichosos a los célibes, ni el profeta hubiera afirmado que ellos no son un árbol seco13, pasando del árbol al hombre que se hace célibe a sí mismo‟14. Y también, persuadido por esa impía opinión, añade: ¿mo no imputárselo ciertamente al Salvador, si nos transformó, nos liberó del error y de la relación de los órganos sexuales y de las partes pudendas? ‟15. En esto, él piensa casi como Taciano. Además, este16 había salido de la escuela de Valentín. Por eso dice Casiano: Al preguntar Salomé cuándo se conocerían estas cosas de las que hablaba, respondió el Señor: Cuando piséis las vestiduras del pudor y cuando los dos vengan a ser una misma cosa, y el varón, junto con la hembra, no sea ya ni varón ni hembra‟17 18.

 

Antes que Clemente, Ireneo de Lyon había considerado heréticas estas posturas encratitas, según un testimonio de Eusebio de Cesarea:

 

 

Una tradición sostiene que el autor de este descarrío fue Taciano, cuyas palabras acerca del admirable Justino hemos citado hace poco, al dejar constancia de que fue discípulo del mártir. Y esto lo demuestra Ireneo en el libro primero de su obra Contra las herejías, donde escribe a la vez de él y de su herejía como sigue: “Los llamados encratitas que procedían de Satornilo y de Marción, proclamaban la abstención del matrimonio, rechazando así la primitiva creación de Dios y condenando indirectamente al que hizo al varón y a la hembra para engendrar hombres. Y en su ingratitud para con Dios que todo lo creó, introdujeron también la abstención de lo que ellos llaman “animado‟ y niegan la salvación del primer hombre. Esto mismo lo encontramos también ahora entre ellos, siendo un tal Taciano el primero en haber introducido esta blasfemia. Fue discípulo de Justino; mientras convivió con él, nada manifestó de tal especie pero, después del martirio de Justino, se apartó de la Iglesia. Engreído por la creencia de ser un maestro inflado por sentirse diferente de los demás, constituyó un tipo propio de escuela, inventó algunos eones invisibles ─como hacían los secuaces de Valentín─, proclamó el matrimonio como corrupción y fornicación ─igual que hicieron Marción y Satornilo─ y de su propia cosecha negó la salvación de Adán‟19. Esto es lo que escribió Ireneo por entonces. Pero algo más tarde, un hombre llamado Severo dio firmeza a la mencionada herejía y fue causa de que los miembros de la secta recibieran por él el nombre de severianos”20.

 

Los antecedentes de esta doctrina pueden ser hallados en algunos textos del judaísmo anterior a Jesús. Entre los múltiples testimonios contra las costumbres de los helenistas, se destaca el Testamento de los XII Patriarcas, un tratado que consiste en una serie de advertencias bajo la forma de testamentos. La tendencia al encratismo aparece con insistencia en el primero de los doce testamentos, conocido como Testamento de Rubén, dado que la tradición bíblica menciona el incesto cometido por ese patriarca. A lo largo del escrito, leemos pasajes como los siguientes:

“No concedáis importancia, hijo mío, al aspecto exterior de la mujer; no permanezcáis solos con mujer casada ni perdáis el tiempo en asuntos de mujeres. Si yo no hubiese visto a Bala bañándose en un lugar apartado, no habría caído en tan grande impiedad”21.

 

“No prestéis atención a la hermosura de las mujeres ni os detengáis en sus cosas. Caminad, por el contrario, con sencillez de corazón, con temor del Señor, ocupados en trabajos, dando vueltas por vuestros libros y rebaños hasta que el Señor os dé la compañera que él quiera, para que no os pase como a mí”22.

 

En este último pasaje hay una admisión de la posibilidad de que el hombre tenga una compañera, siempre y cuando le sea asignada por Dios. Otros pasajes de la obra muestran una animadversión hacia la mujer como causa del pecado:

Perversas son las mujeres, hijos míos; como no tienen poder o fuerza sobre el hombre, lo engañan con el artificio de su belleza para arrastrarlo hacia ellos. Al que no pueden seducir con su apariencia lo subyugan por el engaño. Sobre ellas me habló también el ángel del Señor y me enseñó que las mujeres son vencidas por el espíritu de la lujuria más que el hombre”23.

En este mismo testamento se da también el primer intento de una interpretación diferente del episodio de Gn 6, 1-4 acerca del contacto sexual de mujeres con ángeles, a la exégesis literal del pasaje que encontramos en 1 Henoc 6-7, Jubileos 4, 15.22 y 5, 1, las LXX, Josefo, Aquila y Peshitta, 2 Pe 2, 4, Sant 6. También, Padres de la Iglesia como Justino, Clemente de Alejandría, Tertuliano y Lactancio, interpretan literalmente la expresión “hijos de Dios” y le adjudican la existencia del mal en el mundo24.

El TestRub, por su parte, sostiene que los ángeles tomaron el aspecto de hombres y se les parecieron a las mujeres cuando estaban con sus maridos. En sus mentes desearon las figuras de esos seres celestiales y concibieron a los gigantes, quienes no serían, por tanto, descendientes físicos de los ángeles, sino que su estatura se debe a la imaginación de las mujeres seducidas por la belleza imponente de los mismos25.

 

 

3. El encratismo en el tratado La hija de Pedro

 

En función del vínculo fehacientemente demostrado entre este escrito y los Hechos apócrifos de Pedro, se hace necesario considerar el encratismo presente en toda esta literatura apócrifa sobre los actos de los apóstoles.

En los Hechos de Andrés (HchAnd), Maximilia busca a una joven criada llamada Euclía que la sustituya en el lecho conyugal que compartía con el procónsul Egeates, para lo cual cuenta con la complicidad del apóstol Andrés, hecho que se convertiría en una de las causas de su martirio. En su oración, Maximilia rezaba: “Líbrame en adelante de la inmunda relación carnal con Egeates, y guárdame pura y casta, de modo que te sirva sólo a ti, Dios mío”26.

Los Hechos de Juan (HchJn) refieren la oración final del apóstol, en que este recuerda que se mantuvo siempre puro y libre de unión con mujer, y hasta en tres ocasiones Dios le impidió contraer matrimonio porque se lo reservaba para él:

Tú que hasta la hora presente me has guardado para ti limpio y puro de todo contacto con mujer. Tú, que cuando deseaba casarme en mi juventud, te me apareciste y dijiste: “Te necesito‟. Tú que dispusiste para mí una enfermedad corpórea cuando iba ya a contraer matrimonio. Tú que cuando yo, desobediente, intentaba por tercera vez casarme, me lo impediste y luego, a la hora tercia me dijiste en el mar: “Juan, si no fueras mío, te habría permitido casarte”27.

 

Al final de este pasaje se advierte que no hay un rechazo absoluto al matrimonio. Se sostiene que este texto puede ser el indicio de un comienzo de la doctrina del celibato eclesiástico28. Los mismos Hch Jn traen una historia conocida como “Ciclo de Drussiana”, según la cual, cuando Calímaco se enamora de esta mujer casada, se revela que no existían relaciones maritales entre ella y su marido Andrónico, y se dice “eligió sufrir la muerte antes que cometer esa odiosa acción”29.

El autor de los Hechos de Pablo (HchPl) dice que el apóstol anunciaba “la palabra de Dios sobre la continencia (ἐγκπάηεια) y la resurrección”30. Támiris, el prometido de la joven Tecla, reacciona ante la pérdida de su novia que había adoptado la castidad predicada por Pablo, y recurre a Dimas y Hermógenes, enemigos del apóstol, a quien lo acusa de “seductor de las almas de jóvenes y vírgenes, que anda engañándolos para que no se casen y permanezcan como están (ἵνα γάμοι μὴ γίνυζηαι)”31.

Estos Hechos traen también la curiosa fábula de un león bautizado, que rechaza a una leona que se le acercaba con intenciones lascivas32.

En los Hechos de Tomás (HchTm) son abundantes las expresiones peyorativas respecto de las relaciones sexuales. Por ejemplo: “relaciones sucias” (ῥςπαπᾶρ κοινυνίαρ)33; “deseo sucio” (ῥςπαπᾶρ ἐπιθςιμίαρ)34; “unión inmunda” (μαπᾶ μείξει)35; “unión loca” (μανιώδηρ μείξει)36. En estos Hechos resulta central la historia de Migdonia, esposa de Carisio, pariente del rey Misdeo. Carisio se dirige a su esposa diciendo: “He oído que aquel mago y seductor enseña que nadie debe cohabitar con su esposa”37. Más adelante, Carisio explica al rey que Tomás predicaba diciendo: “Es imposible que entréis en la vida eterna que os anuncio si no os apartáis de vuestras propias mujeres e igualmente de sus propios maridos”38. La situación llega al extremo en el Hecho XI, cuando Tercia, la esposa del rey, oye la predicación de Tomás y adopta la continencia39. Las actitudes de estas dos mujeres se convierten en la causa principal del martirio del apóstol. A pesar de todo lo anteriormente dicho, no se desprende de la lectura de los Hechos apócrifos que la abstención del matrimonio sea una exigencia formal para la salvación, sino más bien que tal conducta se recomienda a ciertas personas elegidas que se orientan a la perfección a través de una conducta rigurosamente ascética40.

Los Hechos de Pedro (HchPe) comienzan con dos relatos que deben interpretarse en la misma corriente del encratismo anteriormente delineado. El primero, La hija de Pedro, cuya conservación y transmisión hemos descrito más arriba. El segundo, La hija del hortelano, recogida en la Epístola del Pseudo-Tito, mencionada por San Agustín como perteneciente los Hechos apócrifos41.

El tratado La hija de Pedro comienza así:

 

El primer día de la semana, el domingo (κςπιακή / tkuriaky), se reunió mucha gente y llevaron a Pedro una gran multitud de enfermos para que los curara. Pero uno de entre los presentes42 tuvo el valor para decirle: Pedro, ante nuestros ojos has hecho que muchos ciegos vean, muchos sordos oigan y que los lisiados anden y has ayudado (βοηθεῖν /ak boy;ei) otorgándoles fuerza. ¿Por qué motivo no ayudas a tu hija doncella43, que se ha hecho una bella mujer y que ha creído en el nombre del Señor? Uno de sus costados se halla totalmente paralizado y yace tendida en un rincón, impedida. Podemos ver a los que has curado, pero no te has cuidado de tu propia hija.”44

 

Pedro le responde que sólo Dios sabe por qué su hija se encuentra en la presente condición y que Él no es impotente para otorgarle ese don a su hija. Seguidamente, para persuadirle en su ánimo y para que los presentes se robustecieran en la fe (πιζηεύειν), miró a su hija y le ordenó levantarse del lugar sin ayuda alguna excepto la de Jesús, y que caminara hacia él. El milagro se produjo y la multitud se alegró por lo ocurrido. Pedro se dirigió de nuevo a los presentes y les dijo: “Ahora vuestro corazón está convencido de que Dios no es impotente respecto de cualquier cosa que pidamos”45. Estas palabras redoblaron el júbilo y la alabanza de los testigos. Pero, entonces, se produce algo inesperado. Pedro se dirige a su hija diciendo: “Vuelve a tu sitio, siéntate y quede de nuevo conmigo tu enfermedad, pues esto es útil para ti y para mí. La joven se volvió, se sentó en su lugar y quedó como antes”46. El efecto del contra milagro realizado por Pedro resultó devastador para la muchedumbre, que comenzó a llorar y a rogar a Pedro que la volviera a curar. Pedro les respondió que esta situación es útil para ella y para él, porque en el día en que la niña nació, tuvo una visión (ὅπαμα) en la que Él le decía: “Pedro, hoy ha nacido para ti una gran tentación (πειπαζμόρ). Tu hija causará daño a muchas almas si su cuerpo permanece sano”47. El apóstol agrega que cuando la muchacha tuvo diez años, muchos sufrieron escándalo por su causa. Un gran hacendado llamado Ptolomeo, había visto bañarse a la joven y a su madre48. Atraído por la belleza de la joven, envió por ella para hacerla su esposa, pero su madre no quiso y Ptolomeo no podía esperar.

Sobreviene una laguna de un folio en el texto (pp.133-134), pero el contenido es fácil de deducir por el contexto y por los documentos posteriores que narran una historia similar. La reconstrucción más evidente sugiere que Ptolomeo secuestró a la joven. Al enterarse de esto, Pedro suplicó a Dios que protegiera la virginidad de su hija. En respuesta a la plegaria del apóstol, Dios intervino y la hija quedó hemipléjica, de modo que Ptolomeo no pudo llevar a cabo su propósito. Los siervos de Ptolomeo trajeron a la muchacha y la dejaron delante de la puerta de su casa y se fueron. Dice Pedro:

 

“Cuando caímos en la cuenta, su madre y yo bajamos, descubrimos a la joven y que todo un costado de su cuerpo, desde los pies a la cabeza había quedado paralizado (cwϭ)y enjuto. La recogimos y alabamos al Señor que había librado a su sierva de esa mancha, de la vergüenza de […]. Este es el motivo por el que la muchacha (ha quedado) así hasta el día de hoy”49.

 

A continuación, Pedro pasa a narrar el final de Ptolomeo:

La expresión “se encerró en sí mismo” es la que describe la actitud del hijo arrepentido en la parábola del hijo pródigo51. Se trata de una reflexión sobre el mal causado y una especie de preámbulo a la conversión, o bien, Ptolomeo era ya cristiano, pero no encratita. El ver a la joven como una hermana, puede tratarse de un rasgo gnóstico, en el que la categoría sexual “varón-mujer” o “macho-hembra” es sustituida por la de “hermano-hermana” con la consiguiente anulación de la sexualidad por el tabú del incesto52.

Ptolomeo no se descuidó un momento y ordenó a sus hombres que le mostraran el camino que lo llevó hasta mí. Cuando estuvo en mi presencia contó lo que le había sucedido por el poder de Jesucristo, nuestro Señor53. Entonces comenzó a ver con los ojos de la carne (ζπξ /carx) y de su alma (τςσ / uϫy) y muchos pusieron su esperanza en Cristo. Él les causó un bien procurándoles graciosamente el don de Dios. Luego murió Ptolomeo; abandonó la vida y se fue hacia su Señor. Y cuando dispuso su testamento (διαθήκη / dia:yky), inscribió en él un lote de tierra en nombre de mi hija, ya que por su medio habría creído en Dios y obtenido la curación. Yo, a quien había confiado la administración, ejecuté todo diligentemente. Vendí el campo […] y Dios solo sabe que ni yo ni mi hija […]. Vendí el campo, y del producto no me he quedado nada, sino que lo he repartido entre los pobres”54.

 

Al final del tratado, Pedro se dirige al que le había formulado la pregunta acerca por qué curar a su hija y le enseña que Dios gobierna a los suyos y prepara para cada uno lo que es bueno, aunque pensemos que se ha olvidado de nosotros. Sigue una invitación a la penitencia, a la oración y a la bondad. Finalmente, luego de haber pronunciado estas palabras, Pedro distribuyó el pan en el nombre del Señor Jesucristo55, para luego levantarse y entrar en su casa56. El colofón de alabanza con que culmina el tratado tiene tres partes: “¡Dios de dioses! ¡Señor de señores! ¡Rey de reyes!”, y encuentra su antecedente en 1 Henoc etíope57.

 

 

4. La enfermedad como signo de protección

 

Los casos particulares de la parálisis de la hija de Pedro y de la ceguera de Ptolomeo, deben ser comprendidos en el contexto de la enfermedad y su curación como signo, tal cual se manifiesta en el Nuevo Testamento como en los Hechos apócrifos.

El Nuevo Testamento registra cinco curaciones de paralíticos o afectados en un miembro del cuerpo. Estas son:

 

-    El hombre de la mano “seca” (ἐξηπαμμένην ἔσον ηὴν σεῖπα / manus aridam), probablemente un hemipléjico (Mc 3, 1-6; Lc 6, 6-11).

-    El paralítico (παπαλςηικόν) de Cafarnaún (Mt 9, 1-8; Mc 2, 1-12).

-    El paralítico de la piscina probática (Jn 5, 1-8).

-   La mujer inclinada (ζςγκύπηοςζα) (Lc 3, 10-17). - El siervo del centurión (Mt 8, 5-13; Lc 7, 1-10).

Asimismo, se mencionan cuarto curaciones de ciegos:

- Los dos ciegos de Cafarnaún (Mt 9, 27-31).

- El ciego de Betsaida (Mc 8, 22-26).

 

- El ciego (o ciegos) de Jericó (Mt 20, 29-34; Mc 10, 46-52 [Bartimeo]; Lc 18, 35-43).

- El ciego de nacimiento (ηςθλῶν ἐκ γενεηῆρ) (Jn 9, 1-41).

 

En los Hechos apócrifos de los apóstoles hay una enorme variedad de milagros, algunos de ellos como signo de escarmiento, produciendo una enfermedad. Estos están prácticamente ausentes de los evangelios, pero pueden encontrarse en los Hechos de los Apóstoles, preferentemente como privación de la vista. Por ejemplo, en el episodio de la conversión de Saulo de Tarso en el camino a Damasco y su curación por la imposición de manos de Ananías (Hch 9, 1-8) y en el cegamiento del mago Elimas por la invocación de Pablo en Pafos de Chipre, en presencia del procónsul Sergio Paulo (Hch 13, 8-12).

Los hebreos coincidían con los griegos en considerar la ceguera como castigo divino a una falta cometida por el individuo o algún antepasado suyo. La falta podía consistir en la contemplación indiscreta de algo prohibido58.

En HchPe 2, el apóstol Pablo condena a la parálisis a una mujer adúltera llamada Rufina, que pretendía tomar la eucaristía después de haber estado con un hombre que no era su marido. Ante la acusación de Pablo, Rufina se desplomó al instante paralizada en su flanco izquierdo “desde la cabeza hasta las uñas de los pies. No le fue concedida ni la facultad de hablar, pues su lengua había quedado trabada”59. Por el contrario, la misma enfermedad en la hija de Pedro se presenta como un signo de protección60. La justificación que da el texto consiste en que el apóstol Pedro y su esposa habían sido advertidos en una experiencia onírica acerca de que la belleza de la joven sería para tropiezo de muchos en el futuro. La aparición súbita de la parálisis al tiempo en que Ptolomeo la raptó fue tomada como una señal de la preservación divina a su castidad, así como el contra milagro que Pedro realiza para dejarla en esa condición de postrada luego de haberla curado.

Por otra parte, la ceguera de Ptolomeo no parece representar aquí un castigo divino, sino la consecuencia fisiológica de un llanto inquebrantable acompañado de una profunda amargura, a pesar de que el joven había incurrido en las causales del castigo divino por ceguera, al haber visto a la hija de Pedro y a su madre mientras se bañaban. La curación de su mal se produjo en la casa de Pedro una vez que contó lo que le había sucedido. Las ActVerc 5 al introducir una imposición de manos por parte del apóstol en el relato, se acercan más a los métodos de curación que Jesús empleaba al tocar los ojos de los ciegos. El texto afirma de manera explícita que los milagros de curación que Pedro realizaba eran para fortalecer la fe, a diferencia de los evangelios ─particularmente el de Juan─ en que los prodigios se presentan como signos del poder de Dios

 

5. Consideraciones finales

 

 

      Los Hechos apócrifos de los Apóstoles se caracterizan por una fuerte tendencia encratita, sin que esta conducta se convierta necesariamente en una doctrina absoluta, a pesar de la apariencia contraria que ha llevado a algunos autores a considerar la continencia defendida en estos textos como condición indispensable para la salvación. Los antecedentes del encratismo se remontan al judaísmo del segundo Templo que reacciona contra las prácticas licenciosas del helenismo. El ejemplo más elocuente lo constituye el Testamento de Rubén en el corpus de los Doce Patriarcas.

Ya en el ámbito del Nuevo Testamento, los escritos de Pablo presentan un elogio del celibato sin que necesariamente se condene el matrimonio, a pesar de su evidente subestimación. De este modo reaccionaba frente a las costumbres del mundo helenizado de su tiempo, en que Eros era una divinidad muy honrada junto a Afrodita, la Ishtar acadia y la Astarté sirio-palestina, diosas de la fecundidad que bendecían el sexo en cualquiera de sus manifestaciones61. La escuela post paulina, por su parte, responsable de las cartas pseudoepigráficas, atenúan la valoración del Apóstol respecto del matrimonio hasta elevarlo al marco teológico de la ejemplaridad del amor entre Cristo y la Iglesia. Este cambio obedece a que la Iglesia fue adaptando su ética sexual a la demora del fin del mundo que Pablo, en cambio, creía inminente.

Por otra parte, las ambigüedades que surgen de los desacuerdos en lograr una definición precisa del encratismo por parte de los investigadores, hacen que sea difícil establecer hasta qué punto se extremaba la recomendación de la continencia en los Hechos apócrifos. En el caso de La hija de Pedro, el acento en la castidad y la exaltación de la virginidad son más que evidentes, al punto de justificar que la joven sobrelleve una penosa discapacidad para proteger tal condición, sin que el hombre que la pretendía hacer su esposa sea afectado por ninguna advertencia divina, ya que la ceguera que le sobreviene parece ser causada por razones fisiológicas y no por un milagro de castigo como el que Pablo le propinó a la adúltera Rufina condenándola a la parálisis de la mitad de su cuerpo.

El contra milagro efectuado por Pedro contra la plenitud física de su propia hija se incluye dentro de los milagros de protección que son frecuentes en este tipo de textos y que se distinguen de los milagros de castigo que hacen de los Apóstoles personas de temer y jueces implacables de las faltas humanas. En el caso de nuestro texto, el milagro tenía la función de afianzar la fe de los presentes, pero no siempre es así en los Hechos apócrifos. En estos escritos, por lo general, tales señales prodigiosas sirven para manifestar el poder de Dios y de sus enviados, los apóstoles.

En la historia de su transmisión, los Hechos apócrifos de los Apóstoles cayeron bajo la sospecha e incluso el rechazo de las autoridades eclesiásticas por criterios internos y externos. Entre los primeros, su excesivo ascetismo que llegaba a atentar, incluso, contra el matrimonio, una cristología doceta y una proliferación de sucesos inverosímiles, como los de animales que hablan. En cuanto a los criterios externos, la admisión de esta literatura por parte de sectas cristianas consideradas heréticas, tales como el maniqueísmo y el priscilianismo profundizó su exclusión62.

La vinculación entre milagros, enfermedades y sus respectivas curaciones tanto en la literatura bíblica como en los escritos cristianos más tempranos, forman una compleja trama que pone en evidencia la riqueza de la Patrística en la que convergen el estudio de las religiones, la filosofía y la medicina de la antigüedad tardía.

 

6. Bibliografía y notas

 

1R. Braun propone como fecha de composición del De baptismo un rango de años comprendido entre 198 y 206, período en el que probablemente Tertuliano tenía a su cargo la instrucción de los cristianos que se iniciaban. Cfr. René Braun, Deus Christianorum. Recherches sur le vocabulaire doctrinal de Tertullien, Paris, Brepols Publishers, 19772, p. 721. La mención de Tertuliano a los Acta Pauli se da en el curso de su argumentación contra la libertad de enseñar y bautizar por parte de las mujeres: “Y si algunas [de estas mujeres] defienden los Hechos de Pablo (que han sido falsamente titulados) ─¡el ejemplo de Tecla!─ a fin de poder reivindicar la facultad de las mujeres para enseñar y bautizar, sepan que el presbítero que en Asia ha compuesto esta escritura, cubriendo por así decir con el título de Pablo lo que procede de él mismo, ha abandonado el puesto. Porque ¿cómo parecería creíble que diese a la mujer la potestad de enseñar y bautizar aquél que ni siquiera permitió a la esposa instruirse en todo momento? ¡Cállense ─dice─ y consulten en casa a sus maridos! (1 Co 14, 34-35)”; Tertuliano, De baptismo 17, 5, en Salvador Vicastillo (Introducción, texto crítico, traducción y notas), Tertuliano. El bautismo. La oración, Fuentes Patrísticas 18, edición bilingüe, Madrid, Ciudad Nueva, 2006, 180-181.

2 Cfr. Rosa Söder, Die apokryphen Apostelgeschichten und romanhafte Literatur der Antike, Stuttgart,

Kohlhammer, 1932, 52.

3 Cfr. Antonio Piñero (Introducción, traducción y notas), La hija de Pedro (Papiro Berolinense 8502, 4),

en A. Piñero, José Montserrat Torrents, Francisco García Bazán, Textos gnósticos. Biblioteca de Nag Hammadi II: Evangelios, hechos cartas, Madrid, Trotta, 1999, 212-213. En el presente trabajo utilizamos esa traducción y algunas de sus notas a la misma. La numeración de páginas corresponderá a la de esta obra.

4 Fue adquirido en Akmin, por lo que se supone que puede provenir de esa zona. El primero en editarlo y estudiarlo fue el coptólogo Carl Schmidt, en los comienzos del siglo XX, Die alten Petrusakten (Texte und Untersuchungen 24), Leipzig, J. C. Hinrichs, 1903. Texto copto en pp. 1-3. Cfr. La introducción que hace José Montserrat Torrents a su traducción del Evangelio de María en A. Piñero, J. Montserrat Torrents, F. García Bazán, op. cit., 127.

5 Se trata del único manuscrito en el que se nos ha conservado una extensa sección de la segunda parte de los Hechos apócrifos de Pedro. Está fechado en los siglos VI-VII y pertenece a la Biblioteca Capitular de Vercelli con el número C VIII. Consiste en una traducción latina de los siglos III o IV de un original griego que se ha perdido casi por completo. Ha sido publicada por R. A. Lipsius y M. Bonnet en sus Acta Apostolorum Apocrypha I, 44ss. (Leipzig, 1891, reimp. 1972, Hildesheim). El texto griego, por su parte, más reciente, está editado en la colección Texte und Untersuchungen XI, 2, Leipzig, 1893.

El texto latino, lleno de barbarismos y de solecismos, reclama profundas emendationes. Algunas mejoras significativas al texto fueron introducidas por A. Piñero en su estudio “Nota crítica al texto latino de las Acta Petri Apostoli Apocrypha”, en Estudios clásicos, tomo 27, nº 89 (1985), 219-222.

6 Cfr. 1Co 7, 1: “En cuanto a lo que me habéis escrito, bien le está al hombre abstenerse de mujer. No obstante, por razón de su incontinencia, tenga cada hombre su mujer y cada mujer su marido”.

7 Cfr. 1Co 7, 17: “Por lo demás, que cada cual viva conforme le asignó el Señor, cada cual como le ha llamado Dios…”; v. 20: “Que permanezca cada uno en la condición en que le halló Dios…”.

8 Cfr. 1 Co 7: 25-38: “Acerca de la virginidad, no tengo precepto del Señor. Doy, no obstante, un consejo, como quien, por misericordia de Dios, es digno de crédito. Por tanto, pienso que es cosa buena, por causa de la angustia presente, quedarse el hombre así. ¿Estás unido a una mujer? No busquéis la separación. ¿No estás unido a mujer? No la busques. Mas, si te casas, no pecas. Y, si la joven se casa, no peca. Pero todos ellos tendrán su tribulación en la carne, que yo quisiera evitársela. Os digo, pues, hermanos, el tiempo apremia. Por tanto, los que tienen mujer, vivan como si no la tuviesen. […] Por tanto, el que se casa con su doncella, obra bien. Y el que no se casa, obra mejor”.

9 Cfr. Ef 5, 23-24.

10 Cfr. Hipólito, Refutaciones (Ref.) VII, 28, 7, en José Montserrat Torrents (Traducción y notas), Los gnósticos. Textos II, Madrid, Gredos, 2002, 206.

11 Cfr. Hipólito, Ref. VII, 29, 22, en J. Montserrat Torrents, op. cit., 212.

12 Cfr. Hipólito, Ref. VIII, 16, 1, en J. Montserrat Torrents, op. cit., 238.

13 Cfr. Is 56, 3.

14 Julio Casiano, Fragmenta, 1.

15 Julio Casiano, Fragm., 2.

16 No hay acuerdo entre los críticos acerca de si Clemente se refiere aquí a Taciano o a Casiano. La mayoría se inclina por Taciano, a quien el alejandrino considera discípulo de Valentín. Cfr. Antonio Orbe, Los primeros herejes ante la persecución. Estudios valentinianos V, Roma, Analecta Gregoriana, 1956, 119, n. 10.

17 Evangelio de los egipcios, fragm. 5; cfr. Evangelio de Tomás, log. 22.

18 Clemente de Alejandría, Strómata III, XIII, 91, 1-92, 2, en Marcelo Merino Rodríguez (Introducción, traducción y notas), Clemente de Alejandría. Strómata II-III: Conocimiento religioso y continencia auténtica, Fuentes Patrísticas 10, edición bilingüe, Madrid, Ciudad Nueva, 1998, 455-457.

19 Ireneo de Lyon, Adversus haereses (Adv. haer.) I, 28, 1.

20 Eusebio de Cesraea, Historia eclesiástica (HE) IV, 29, 1-4, en Argimiro Velasco-Delgado (Introducción, traducción y notas), Eusebio de Cesarea. Historia Eclesíástica I, edición bilingüe, 19972, 259-260.

21 Testamento de Rubén (TestRub) 3, 10, en A. Piñero (Introducción, traducción y notas), “Testamentos de los doce Patriarcas”, en Alejandro Diez Macho, Apócrifos del Antiguo Testamento V, Madrid, Cristiandad, 1987, 32.

22 Ibidem, 4,1, 34.

23 Ibidem, 5, 1; 34.

24 El primer autor cristiano que se opuso a la interpretación literal de “hijos de Dios” fue Julio el Africano, quien coincide con la interpretación de los rabinos Trifón y Simón (Génesis Rabba 27, 5), para quienes “hijos de Dios” significa “hombres distinguidos” de la generación anterior al diluvio que disfrutan de vidas prolongadas y felices como las de los ángeles; también Filón de Alejandría interpreta “hijos de Dios” como “hombres virtuosos” en oposición a “hijas de los hombres”, en el sentido de mujeres malvadas y corruptas (Quaestiones in Genenis I, 92). Cfr. Luis Vegas Montaner, “El amor en el judaísmo del segundo templo y en época rabínica”, en Ángeles Alonso Ávila (coord.), Amor, muerte y más allá en el judaísmo y cristianismo antiguos, Valladolid, Universidad de Valladolid, 1999, 17-38, 37-38.

25 Cfr. Ibidem 5, 6; 34.

26 Cfr. HchAnd 14. 16. 21. 37, en A. Piñero y Gonzalo del Cerro, Hechos apócrifos de los Apóstoles I: Hechos de Andrés, Juan y Pedro, edición crítica y bilingüe, Madrid, BAC, 2004, 173, 175, 179 y 197

27 HchJn 113, en op. cit., 451.

28 Así, por ejemplo, Piñero y Gonzalo del Cerro, op. cit., 451, n. 580. Otros testimonios de la virginidad

de Juan, pueden encontrarse en Tertuliano, De monogamia, 17 y en Pístis Sofía 41, 96.

29 HchJn 63, 2; 405. La “odiosa acción “(μύζορ διαππάξαζθαι), según el manuscrito M, es “la unión con

su marido”. Cfr. 451, n. 390.

30 HchPl 5, 1, en A. Piñero, G. Del Cerro, Hechos apócrifos de los Apóstoles II: Hechos de Pablo y Tomás, edición bilingüe y crítica, Madrid, BAC, 2005, 737.

31 Hechos de Pablo y Tecla (HchPlTe) 11, 743.

32 Cfr. HchPl 9, 738.

33 Cfr. HchTm 12 y 58, 925 y 1019.

34 Cfr. HchTm 13, 927.

35 Cfr. HchTm 51, 1006.

36 Cfr. HchTm 52, 1007.

37 HchTm 96 y 109, ss., 1077 y 1099.

38 HchTm 101, 1083.

39 Cfr. HchTm 134 y 135, 1141 y 1143

40 Esta es la opinión de la mayoría de los comentaristas, como J. Flamion, J. D. Kaestli, Y. Tissot y E. Junod, para quien el encratismo absoluto sólo le cabe a los HchTm. En sentido contrario a estos autores, G. Sfameni Gasparro defiende la continencia estricta de los HchPl como condición necesaria para la salvación. Cfr. Giulia Sfameni Gasparro, “Gli Atti apocrifi degli Apostoli e la tradizione dell‟ enkrateia”, en Augustinianum 23/1-2 (1983), 287-307, n. 6, 288-289.

41 Cfr. San Agustín, Contra Adimanto manichaeum 17, 5. “Et ipsius Petrus filiam paralyticam factam percibum patris…”.

42 Al comienzo de los Hechos de Nereo y Aquiles, obra del siglo V, se indica que se trataba de un fiel

discípulo llamado Tito.

43 En el capítulo XV de los Hechos de Nereo y Aquiles se dice que el nombre de la joven era Petronila, ya sea por su derivación etimológica del nombre de su padre o tomado del nombre de una mártir cristiana cuya memoria se celebraba en las catacumbas de Santa Domitila.

44 BG 128, 1-129, 9, 215.

45 BG 130, 12, 216. La escena evoca la curación de un paralítico en Mt 9, 5-8.

46 BG 131, 1, 217.

47 BG 132, 5, 217.

48 Probablemente en algún río del entorno de Jerusalén o en el mar, ya que los cristianos no acostumbraban a ir a los baños públicos. Cfr. 217, n. 19.

49 BG 135, 1-15, 218. 50 BG 136-137, 218.

51 Cfr. Lc 15, 17: εἰρ ἐαςηὸν δὲ ἐλθὼν, “Y entrando en sí mismo…”.

52 Así, por ejemplo, M. Tardieu , Écrits gnostiques. Codex de Berlin, Paris, Cerf, 1984, 403-410 y L. Roy, L’Acte de Pierre (Bibliothèque copte de Nag Hammadi. Section “Textes” 18), Les Presses de l‟Université de Laval, Quebec, 1987, 163-236. Cfr. A Piñero, BG 137, 9, n. 26.

53 C. Schmidt reconstruye de manera diferente: “Contó lo que le había ocurrido [entonces puse mis manos sobre sus ojos y dije así: Recobra la vista] por la virtud de Jesucristo, nuestro Señor”. Cfr. A. Piñero, BG 138, 9, n. 29, 219.

54 BG 137, 15-139, 15, 219.

55 ActVerc 5 L-B, 51, 4,8, dice explícitamente “eucaristía”. Cfr. A. Piñero, BG 141, 1, 220, n. 37.

 56 Cfr. BG 139, 15-141, 2, 220.

57 Cfr. 1Hen (et) 9, 4; A. Piñero, 220, n. 38.

58 Cfr. Luis Gil, “Las curaciones milagrosas del Nuevo Testamento a la luz de la medicina popular”, en A. Piñero (ed.), En la frontera de lo imposible. Magos, médicos y taumaturgos en el Mediterráneo antiguo en tiempos del Nuevo Testamento, Córdoba, El Almendro, 2001, 197-215; 204.

59 HchPe 2, 3, 3, en A. Piñero y G. del Cerro, op. cit., 551.

60 Entre otros milagros de protección en los HchAp, encontramos las tempestades calmadas o los resultados favorables de un naufragio (Hechos de Felipe, 33-34. Hechos de Juan por el Pseudo-Prócoro, 7-10. Hechos de Timoteo, en alusión al naufragio de Juan). También, las ayudas ofrecidas a Tecla, a quien, en la arena, una leona la protege de un oso salvaje y luego de un león furioso. La oración aparta a unas cuantas fieras y la invita al bautismo. Las focas del foso de agua en el que Tecla se bautiza a sí misma, pretenden devorarla, pero son impedidas por el perfume de las espectadoras y por una llama exterminadora. Una nube de fuego cubre la desnudez de la joven antes de librarla de los toros enfurecidos por los lazos y las quemaduras y que estaban a punto de lanzarse contra ella (HchPlTe 33-39). Cfr. François Bovon, “Milagro, magia y curación en los Hechos apócrifos de los Apóstoles”, en A. Piñero (ed.), En la frontera de lo imposible…, 263-288; 270. En los mismos HchPe, en el relato ya mencionado y conocido un relato como La hija del hortelano, se lee: “Había un jardinero que tenía una única hija virgen, y suplicó a Pedro que rogara por ella. Así lo hizo y el apóstol respondió al Padre que el Señor le habría de conceder lo que fuera útil para su alma. Y al punto, cayó muerta la muchacha. ¡Oh, digna ganancia, siempre estimada por Dios: escapar de la audacia de la carne y mortificar la gloria de la sangre! Pero aquel anciano, desconfiado y sin comprender la grandeza del favor celeste, ignorando, en efecto, los beneficios divinos, suplicó a Pedro que resucitara a su hija única. Así ocurrió, y no muchos días después, entró como huésped en casa del viejo, un hombre. Fingiéndose creyente, sedujo a la muchacha y desaparecieron los dos hasta hoy”, en A. Piñero y G. del Cerro, op. cit., 545.

61 Cf. A. Piñero, “Sexo, matrimonio y celibato en el Nuevo Testamento”, en Ma. A. Alonso Ávila (coord.), op. cit., 53-67; 64.

 

62 Cfr. F. Bovon, op. cit., 266-267.

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